lunes, 29 de septiembre de 2008

Catástrofe neoyorquina, esperanza para Chiapas

Mientras el mundo era barrido, este lunes, por el terremoto bursátil que se desató luego de que el Congreso de Estados Unidos decidió rechazar la propuesta de rescate financiero por 700 mil millones de dólares, yo me encontraba en San Cristóbal de Las Casas.

Estoy aquí como parte de una semana de reflexión para el personal del Centro de Desarrollo Comunitario de la Fundación León XIII en la que en otras épocas se llamó la “Ciudad Real.”

San Cristóbal es, en sí misma, un universo fascinante. Lo mismo se encuentran chicas francesas que tocan el acordeón en las calles del llamado Andador Turístico a cambio de unos pesos, que muchachos argentinos o estadunidenses elaborando complejas artesanías a base de hilos de cobre, plata y otros metales que, mezclados con piedras preciosas y resinas como el ambar, se convierten en hermosas piezas de joyería y orfebrería.

Sin embargo, San Cristóbal es también el epicentro de uno de los más dramáticos ecocidios. Las laderas de los montes que rodean a la ciudad se han convertido en el blanco de los “desarrolladores” urbanos que, amparados en la virtual ausencia de autoridades responsables y sensatas, han desmontado cualquier cantidad de hectáreas de monte.

Las razones para ello son complejas. San Cristóbal se ha convertido en un imán poderoso, en el primer destino de miles de campesinos indígenas chiapanecos quienes, al no encontrar un futuro medianamente digno en sus comunidades, las abandonan para emprender un derrotero complicado y doloroso.

No sólo eso, gracias a la nueva carretera Tuxtla-San Cristóbal, se ha convertido también en un importante centro turístico al que llegan personas de Europa, Estados Unidos, Canadá y Sudamérica, en busca del México profundo que se rebeló en 1994 y que está presente, todavía en quita-pesares (pequeños muñecos que combinan la cerámica con los tejidos de lana), posters, muñecos de borra y otras artesanías, aunque en una versión que parece más cercana a una caricatura que a otra cosa.

Aquí las personas que trabajan en la Fundación León XIII desarrollan una tarea difícil, compleja, con pocos recursos, pero con mucho corazón y—sobre todo—con mucha esperanza, convencidos de que la semilla de la doctrina social de la Iglesia es capaz de transformar las realidad de violencia contra los indígenas y contra las mujeres que han narrado con más maestría que la mía personajes como Ricardo Pozas Arciniegas en el Juan Pérez Jolote y otras obras que han retratado esta realidad fascinante y delirante de Los Altos de Chiapas.

Voy a estar una semana con ellos, como un acompañante y crítico de sus reflexiones, pero—sobre todo—como un admirador profundo del trabajo que realizan para beneficio de todos y como expresión depurada, destilada, comprometida, de ese sueño de una vida mejor y más digna para todos que es la doctrina social cristiana.


No puedo evitar pensar, al leer las noticias sobrecogedoras sobre la nueva crisis que afecta al capitalismo, que mucho de lo que ha ocurrido y de lo que ocurrirá luego de este catastrófico "lunes negro" (uno más de muchos) de septiembre, podría evitarse si los políticos y los distintos agentes de los mercados de México y otros países del mundo reconocieran que la economía, que los mercados, dejados a sus propios impulsos no sólo no logran la racionalización, la optimización que pregonan, sino ponen en peligro las vidas de miles de millones de personas en todo el mundo.

La vigilancia, el oversight, que resulta de los principios morales y las sanas reglas para regular los intercambios, son--no lo dudemos más--imprescindibles, inevitables. Los mercados y sus reglas no son expresiones del orden cósmico o divino.

Son creaciones humanas y podemos construirlos para hacer realidad los principios de justicia social, de solidaridad o de subdiriareidad o podemos hacerlo, como se ha hecho en México en los últimos 70 años, que respondan a dinámicas políticas y económicas perversas.

La desrregulación pregonada en Estados Unidos desde los ochenta como la solución a todos nuestros males, ha tocado fondo como lo ha tocado el sistema financiero internacional. Ahora, en medio de las cifras demenciales, dantescas de las pérdidas que nos llegan desde distintas partes, lo único que queda preguntarse es cual será el legado de la orgía desrreguladora en la que, hasta hace unos días, vivimos.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

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