lunes, 15 de septiembre de 2008

Benedicto XVI en Francia

La visita de su santidad Benedicto XVI a Francia, que aún transcurre este lunes 15 de septiembre, dejó ver—como en un caleidoscopio—la inteligencia, la sensibilidad y la espiritualidad del antiguo profesor de filosofía y teología que dirige ahora a la Iglesia. La experiencia combinada del papa como académico y líder religioso se probó útil en un escenario tan complejo y difícil como el de Francia en la actualidad.

Ahí, en un país marcado por una transición demográfica y religiosa que pone en duda la capacidad de las iglesias cristianas para adaptarse a nuevas realidades generadas por la presencia de emigrados pobres, sin papeles (ni derechos), de países de mayoría islámica, Benedicto XVI demostró sagacidad y sentido de la oportunidad mediática, pastoral e intelectual.

Y es que la visita del antiguo prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe ocurre en un momento en que la tasa de natalidad de las poblaciones que tradicionalmente han ocupado Europa en los últimos mil años, los así llamados blancos o caucásicos, experimentan caídas constantes.

Los cambios demográficos y sociorreligiosos generados por el crecimiento de las poblaciones musulmanas y la caída de las poblaciones católica y protestantes han terminado por generar una situación que la clase política francesa no puede desconocer ya.

Este reconocimiento ha hecho que algunos políticos franceses reconsideren los argumentos y el tipo de práctica generada por la separación Iglesia-Estado de 1905. Es cierto, no todos, pero sí quien ocupa el cargo de elección popular más importante en Francia, Nicolás Sarkozy.El presidente francés ya había adelantado en su visita a Roma, al Palacio de Letrán, en diciembre de 2007, algunas de las ideas que repitió ante Benedicto XVI este viernes, entre las que destacan—desde luego—la consideración del papel que tuvo la Iglesia en la construcción de las instituciones y de la cultura europeas.

Sarkozy, por cierto, hubiera sido el último candidato para replantear el alcance de la laicidad del Estado francés. Basta revisar su biografía para darse cuenta que no hay ahí elementos que hablen de una cercanía o de un interés en representar los intereses de alguna confesión religiosa y mucho menos del interés para introducir este tema en la agenda pública.

Después de todo, a nadie escapa el hecho que se trata del hijo de una pareja de emigrantes húngaro-judíos y con una vida familiar plagada de enredos maritales, dos divorcios y recién casado con una esposa italiana, quien no dudó en desnudarse en público cuantas veces consideró necesario para impulsar su carrera como cantante y modelo.

Como sea, ya desde sus primeras intervenciones públicas y, como parte de una agenda de reformas más amplia, Sarkozy no dudó en plantear la necesidad de repensar el alcance de la laicidad y sugerir la necesidad de que esta laicidad deje de ser el prototipo de la laicidad militante atea que, por cierto, fue el modelo en que se inspiraron los constituyentes mexicanos de 1917 y los líderes de la Unión Cívica Radical argentina, entre otros grupos de políticos latinoamericanos que trataron de promover, como parte de sus programas de modernización “desde arriba.”

El cambio en la clase política francesa—que inició en 2002, cuando Sarkozy era ministro del Interior del primer ministro Dominique de Villepin y del presidente Jacques Chirac—coincide con varios procesos. Por una parte, los cambios demográficos generados por la presencia creciente de emigrados de las antiguas colonias francesas, basta revisar la alineación de la selección francesa de futbol en la reciente Eurocopa para darse cuenta de ello.

Coincide también con un renacimiento de la presencia de la religión en la vida pública francesa. Un renacimiento que genera todo tipo de sorpresas entre los periodistas y académicos franceses que no salen de su asombro, como lo evidencia esta nota de Le Figaro en la que el autor se sorprende por la presencia de lo religioso en los tribunales franceses.

La visita de Benedicto XVI a Francia le ha servido también para tratar de sanar las heridas que, ya desde las épocas del arzobispo rebelde Marcel Lefebvre, generó el tradicionalismo católico en Francia y en comunidades francófonas de Suiza, Bélgica y Canadá. No en balde, el santo padre dedicó porciones de su mensaje ante los obispos franceses en Lourdes a explicar las razones que lo llevaron a “liberar” el uso del Propio de la misa publicado por Juan XXIII.

No sólo eso, aún cuando Benedicto XVI aprovechó el contexto político francés en el que se replantean los temas del alcance de la laicidad del Estado, lo hizo de manera en que quedó claro a los políticos franceses de las distintas corrientes y partidos, en por lo menos tres de sus intervenciones públicas, que a la Iglesia no le interesa disputar posiciones o funciones con el Estado francés, sino desarrollar lo que el papa llamó una "sana colaboración."

Esta fue, me parece, la parte más interesante de la visita de Benedicto XVI, pues dejó con un palmo de narices a los críticos de la Iglesia—que siempre abundan—que estaban interesados en ver al papa o a la Iglesia en Francia, o a ambos, caer seducidos por las insinuaciones de Sarkozy y algunos de sus ministros acerca de la necesidad de poner límites al “laicismo extremista.” Así la calificó la secretaria de Estado para la ecología y el medio ambiente, Nathalie Kosciusko-Morizet, quien habló de la necesidad, según el argumento de la administración Sarkozy, de desarrollar, más bien, un “laicismo positivo,” un laicismo que, a decir de la señora ministra, “acepte el papel social de la religión,” según declaró al muy comunista (y laico y ateo) diario parisino Libération.


A pesar de las condiciones aparentemente favorables para que la Iglesia buscara rehacerse de un espacio en el aparato público francés, Benedicto XVI pronunció ante los obispos franceses un mensaje impecable, en el que se evidenció no sólo su sensibilidad como pastor, sino su profundo conocimiento de la historia de las relaciones entre la Iglesia y los estados europeos.

En el hemiciclo a santa Bernardita, que forma parte del santuario de Nuestra Señora de Lourdes, el papa dejó en claro que a la Iglesia no le interesa reivindicar el papel del Estado y que respeta la solución “original” dada por los franceses a la relación Iglesia-Estado.

El discurso ante los obispos y todos los documentos de la visita de Benedicto XVI a Francia, por cierto, estarán disponible en las próximas horas en el sitio de la Santa Sede.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

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