lunes, 8 de diciembre de 2008

Religión, vida pública y corrupción

Uno de los datos más interesantes de las encuestas que año con año publica el capítulo mexicano de Transparencia Internacional (http://www.transparenciamexicana.org.mx/) es el de cuáles son los estados más transparentes o, para evitar posibles interpretaciones negativas, menos corruptos, de nuestro país.

Y es interesante, entre otras razones, porque en este selecto grupo de entidades identificadas por Transparencia, están representados los tres partidos políticos más importantes de nuestro país. Ello hace inevitable desestimar explicaciones sobre estas variaciones centradas en el papel de los partidos y obliga, en cambio, a pensar que son otros factores los que explican que sean estas cinco y no otras las entidades en las que sus habitantes perciben menores prácticas de corrupción.

No sólo eso. Contra lo que cualquiera podría suponer, si se siguieran los supuestos de las teorías de la modernización más populares, no son las entidades en las que se encuentran las mayores zonas metropolitanas de México, ni las que presentan los mayores índices de escolaridad o de ingreso, las que son las menos corruptas de nuestro país.

Los datos de la más reciente encuesta del Índice Nacional de Corrupción y Buen Gobierno de Transparencia Mexicana ubican a Colima (gobernada por el PRI), Aguascalientes, Guanajuato (gobernadas por el PAN), Nayarit (gobernada por una sui géneris coalición PRD-PRI) y Michoacán (gobernada por el PRD), como las entidades menos corruptas de todo México.

Los valores reportados son, en el mismo orden, de 3.1, 4.7, 5.1, 5.2 y 5.7, respectivamente, sobre un máximo posible de la escala desarrollada por Transparencia Internacional de 100 y sobre un máximo de 18.8 para la entidad más corrupta de todo el país: el estado de México.

Al estado de México, por cierto, le sigue el Distrito Federal con 12.7, Tlaxcala con 11.7, Puebla con 11.0 y Morelos con 9.8. Así, en este extremo de la distribución de este índice, de nueva cuenta nos encontramos con entidades gobernadas por los tres partidos políticos más importantes de México, pues el PRI gobierna el Estado de México y Puebla, el PAN Morelos y Tlaxcala y el DF que ha sido gobernada por el PRD desde 1997.

Los lectores seguramente se preguntarán qué es lo que tienen, entonces, en común las cinco entidades menos corruptas de nuestro país y la respuesta a ello es simple: son las entidades más católicas de México. Todas estas entidades se encuentran por encima de la media nacional de la proporción de católicos y algunas de ellas son entidades que aportan un número importante de obispos a las filas de la Conferencia del Episcopado Mexicano.

Es cierto, las entidades más corruptas no son las menos católicas del país, por lo que no puede asumirse—sin más—una relación directa entre el índice de catolicidad (la proporción de católicos de una entidad) y los índices de corrupción de nuestro país, pero es claro también que falta mucha investigación para comprender qué tipo de relaciones existen entre religión y vida pública en México.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Dorothy Day, 101 años después


Hace unos días presenté aquí algunas líneas sobre la hermana Emmanuelle, una de las figuras más atractivas del catolicismo francés y francófono. En esta ocasión presento un brevísimo esbozo de la vida de otra mujer que dedicó su vida al servicio de los otros y que, como la hermana Emmanuelle, refleja tanto las grandes preocupaciones que marcaron a una generación, como el tipo de respuestas que la Iglesia fue capaz de articular a partir de las intuiciones, de los principios que ofrece la doctrina social cristiana.

Dorothy Day nació en Brooklyn, Nueva York, el ocho de noviembre de 1907 y murió en Manhattan, el 29 de noviembre de 1980. Como la hermana Emmanuelle, le tocó vivir el periodo más difícil y doloroso de la Gran Depresión de 1929, aunque ella no creció en una familia católica.

En este sentido, su conversión ofrece una imagen más completa y compleja tanto de lo que fueron aquellos años de brutal crisis económica, como también de las respuestas que la Iglesia ofreció en esos contextos y que, no en balde, ha sido identificada en Estados Unidos como “el momento católico,” un periodo que va de la década de los treinta a la de los sesenta del siglo XX.

El periodo se define como “el momento católico,” justamente por la capacidad que tuvo la Iglesia para irradiar, desde distintos ámbitos, la vida pública de Estados Unidos y coincide, por una parte, con el inicio de la Gran Depresión de 1929 y con la llegada y eventual asesinato de quien ha sido hasta ahora el único presidente católico de ese país, John F. Kennedy.

A decir de Charles Morris, de The New York Times, este periodo tuvo su particular “sabor católico” en Estados Unidos gracias a varios factores que incluyeron desde exitosas cintas que alcanzaron incluso el Óscar, como Siguiendo mi camino, de 1944; Las campanas de Santa María, de 1946; y Nido de ratas, de 1954, entre otras muchas que evidenciaban la capacidad de la Iglesia para incidir en el ámbito de lo social.

Por ejemplo, las dos primeras presentan a Bing Crosby en el papel de un sacerdote católico involucrado en la educación de jóvenes de distintas clases sociales (en la primera incluso participa con Ingrid Bergman, en el papel de una religiosa, en una suerte de competencia para mejorar las instalaciones de una escuela). La tercera, en cambio, presenta a Karl Madden en el papel de un sacerdote que trabaja con empleados de un muelle en el que priva la corrupción y el abuso.

Sin embargo, es importante señalar que este “momento católico” no era el resultado sólo del interés que Hollywood pudiera haber tenido en presentar a lo católico como una práctica cargada de simbolismo que la hacía estéticamente atractiva, sino que refleja más bien la capacidad de la Iglesia católica de Estados Unidos para actuar en distintos ámbitos y atraer a su seno no sólo a los hijos de los inmigrantes católicos llegados de Italia o América Latina, sino para atraer también a otros grupos.

Entre esos otros que la Iglesia supo atraer a su seno están, además de Dorothy Day, personajes como el cardenal Avery Dulles, quien nació en una familia de la élite política e intelectual presbiteriana de Estados Unidos (es hijo de John Foster Dulles, secretario de Estado del gobierno de Dwight Eisenhower) y, sin embargo, optó por convertirse al catolicismo.

Está también el padre Thomas Merton, otra figura que, luego de un complejo proceso de encuentro y conocimiento de sí mismo, pasó del anglicanismo al catolicismo.

Dorothy Day se hizo católica en 1927, poco antes del inicio de la depresión, sin haber nacido en una familia de católicos y luego de ser madre soltera, de haberse sometido a un aborto y de haber participado en algunos de los movimientos pacifistas de su época.

De hecho, ella no perdería su cercanía con distintas causas “radicales,” especialmente las que tenían que ver con la defensa de los derechos humanos y el pacifismo. Fue por su participación en esos movimientos, antes y después de su conversión al catolicismo, que Dorothy Day fue encarcelada en diferentes ocasiones.

Sin embargo, la obra a la que dedicó su pasión fue la de las Casas de Hospitalidad (Hospitality Houses) y el Trabajador católico (Catholic Worker), una revista en la que Day y otros católicos del noreste de Estados Unidos han promovido en los últimos 70 años la doctrina social de la Iglesia y del que se desprendió el Movimiento de Trabajadores Católicos (Catholic Workers Movement, sitio en inglés aquí), una organización que ha cumplido en 2008 su 75 aniversario y que agrupa a sindicalistas y trabajadores interesados en promover los valores y principios de la doctrina social en el mundo del trabajo.

Durante los cuarenta, los cincuenta y los sesenta, con motivo de la segunda Guerra Mundial, la guerra de Corea, la guerra de Vietnam y la Guerra Fría, Dorothy Day se mantuvo como una presencia activa, inteligente y desafiante para quienes—desde el poder—trataban de encontrar soluciones a los problemas de la convivencia internacional por medio de la guerra.

En este sentido, fueron notables sus esfuerzos por no participar en los simulacros colectivos que se organizaban en Nueva York y otras ciudades de Estados Unidos en los cincuenta y sesenta. Estos simulacros trataban de preparar a las personas ante la eventualidad de un ataque nuclear.

Su negativa a participar en esos actos, explicaba en su momento Dorothy Day, no era por menosprecio de la vida humana, sino porque buscaba socavar las bases de ese tipo de actividades, la más importante de las cuales era la del temor que se infundía a las personas, y que servía para cometer distintos tipos de abusos.

De igual modo, Dorothy Day participó en 1963 en un ayuno colectivo de diez días con otras mujeres, en Roma, para llamar la atención del Concilio Vaticano II sobre el peligro de la guerra nuclear.

Cuando presentó la causa de beatificación de Dorothy Day, el 16 de noviembre de 2000, el ya difunto cardenal John O’Connor de Nueva York resumió así las razones de su interés en que la Iglesia universal reconociera a esta mujer como una santa:

He sometido los escritos de Dorothy Day luego de su conversión a una revisión cuidadosa de un dogmatista, un moralista y un canonista. Todos ellos me aseguran que sus escritos se encuentran en completa fidelidad con la Iglesia. Más aún, frecuentemente cito sus escritos en mis propios escritos y homilías. Recibo aún cartas en las que quienes la conocieron gracias a mis propios esfuerzos y quienes la conocieron bien, expresan su alegría por el apoyo que he dado a su causa. Muchas cartas piden que considere la proposición de su causa de beatificación ante la Santa Sede. Por ello, en mi posición como arzobispo de Nueva York, creo en mi responsabilidad de promover esta causa. En muchos sentidos, es un movimiento “de las bases” el que pide que se reconozca a Dorothy Day como santa de la Iglesia. Le aseguro a Su Excelencia (pro-prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos) que existe un número importante de seguidores quienes esperan la decisión de la Santa Sede de considerar esta causa. Por ello, le pido me permita iniciar los pasos necesarios para que se considere la causa de beatificación de Dorothy Day.
(Traducción no-oficial del inglés de Rodolfo Soriano Núñez; más información en inglés en el sitio que promueve la causa de beatificación de Dorothy Day aquí).
Es importante destacar que, a pesar de la aparente distancia que existe en México respecto de las obras de Dorothy Day, una de ellas, las Casas de Hospitalidad, han dado vida a iniciativas que son cercanas a nosotros.

La más importante de todas son las Casas Juan Diego, una red de casas de asistencia para los inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos, en las que reciben distintos tipos de ayuda en su largo y difícil camino en ese país.

Esta red, por cierto, continúa una relación entre Dorothy Day y las organizaciones de latinos en Estados Unidos que inició en los sesenta cuando Day entró en contacto con César Chávez, el más importante líder de los trabajadores hispanos de ese país.

Además, es una figura central para distintos centros y agrupaciones de menor peso, como el Centro Dorothy Day de la diócesis de Oklahoma (sitio en inglés aquí), en los que se ofrecen servicios a otros grupos de personas necesitadas.

Conviene destacar también que, como en el caso de la hermana Emmanuelle, Dorothy Day fue una prolífica autora, con ocho libros y más de mil artículos de fondo y/o ensayos publicados en distintos medios de comunicación de EU, en los que era posible apreciar no sólo la vehemencia de sus convicciones, sino también la profunda fidelidad a la doctrina social de la Iglesia.

Por cierto, la Santa Sede aprobó en 2000 el inicio del proceso de beatificación de Dorothy Day y continúa. De igual modo, existe una cinta sobre la vida de Dorothy Day protagonizada por Moira Kelly. Desconozco si existen versiones dobladas o subtituladas en México.

El título original en inglés es Entertaining Angels: The Dorothy Day Story. En España se dio a conocer una versión de esta cinta de 1996 con el título La fuerza de un ángel, en 1998.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Pío XII, Iglesia, memoria y responsabilidad


En fechas recientes, uno de los debates que ocurren en distintos medios de comunicación en Europa y Estados Unidos, es el de los reparos que algunos grupos dentro de las comunidades judías de Israel, Estados Unidos y Europa han expresado a la posibilidad de que la Iglesia canonice al papa Pío XII.

En distintos momentos durante la semana pasada, aparecieron fotografías de archivo de la época de Eugenio Pacelli, como secretario de Estado del Vaticano, al abandonar alguna oficina del gobierno nazi de Alemania. En las fotografías, un soldado nazi saluda con su arma al entonces cardenal Pacelli, lo que genera una imagen de falsa familiaridad entre la Iglesia representada por uno de sus más importantes jerarcas de la época, y un soldado—acaso de tropas de élite—de uno de los regímenes totalitarios más brutales de la historia.

El hecho que objetivamente la foto corresponde a un momento en el que El Vaticano logró un acuerdo con la Alemania nazi, expresado en el concordato de julio 20 de 1933, abre un frente más severo a las críticas contra Pío XII. Lo que no se observa, desde luego, si uno se fía demasiado de los criterios a partir de los cuales los medios construyen sus notas, es que aún cuando efectivamente El Vaticano signó el concordato, éste representaba una solución medianamente civilizada a un conflicto con el régimen nacionalsocialista, pero no le daba a la Iglesia católica ventaja alguna sobre otras confesiones cristianas arraigadas en Alemania, como el luteranismo o el calvinismo.

No sólo eso, ocurre luego de la promulgación, por Pío XI, de una muy severa condena del nacionalsocialismo, del diseño institucional que lo hizo posible, pero—sobre todo—de los principios filosóficos que lo animaban. La condena, presentada en alemán bajo del título de Con viva preocupación… (Mit brenender sörge), es un texto obligado para comprender el alcance de la crítica de la Iglesia, así como algunas de las decisiones tomadas por El Vaticano en su relación tanto con el régimen nacionalsocialista alemán, como con el régimen fascista italiano y con el régimen nacionalrevolucionario en México.

Es cierto, hay diferencias abismales entre el nacionalsocialismo y cualquiera de los otros dos regímenes mencionados, pero el hecho que Pío XI, movido en buena medida por los reportes que recibía de la diplomacia vaticana, encabezada por el entonces cardenal Pacelli, publicara encíclicas en alemán, italiano y español, para abordar problemas específicos, concretos, de las tres naciones en ese mismo periodo, es evidencia de la magnitud de la preocupación de los pontífices.

El problema, me parece, es que, además de que no existe una opinión única entre las comunidades judías, las críticas que formulan algunos de sus miembros, se dirigen a una figura en particular, en este caso Pío XII, antes y después de ser electo papa, como taquigrafía de una crítica que debería dirigirse, más bien, contra la Europa de los veinte y los treinta del siglo XX que de manera más bien pasiva atestiguó el ascenso político de Adolf Hitler sin las precauciones necesarias.

En el caso de la Iglesia católica, la crítica tendría que dirigirse más bien contra los laicos de la época que no supieron escuchar atentamente las críticas y advertencias lanzadas por Pío XI y por su secretario de Estado, Eugenio Pacelli. No sólo eso; tendrían que incluir a los fieles de otras denominaciones cristianas que también fueron testigos pasivos de los excesos del nacionalsocialismo, no sólo en Alemania, sino en Austria, Italia, Francia e incluso algunas regiones de Estados Unidos.

No sólo eso; creo, en este sentido, que la crítica tendría que incluir también a las propias comunidades judías de Alemania y de otras naciones de Europa central y oriental que, durante buena parte del siglo XIX y las primeras décadas del XX no dudaron en renunciar a su propia identidad como mecanismo para integrarse a la Prusia de Bismarck, al imperio austrohúngaro de los Habsburgo, e incluso a la Francia laicizante de finales del XIX con un entusiasmo digno de mejor causa.

Insistir en que el holocausto, la Shoa, fue sólo o preponderantemente la responsabilidad de líderes políticos y religiosos, dispuestos—en mayor o menor medida—a criticar o no los excesos del nacionalsocialismo, es perder de vista las condiciones mismas de la aparición del nazismo como fenómeno.

Pero además, en el caso concreto de Pío XII, quienes insisten en responsabilizarlo por"no haber hecho suficiente," pierden de vista el problema de las limitaciones objetivas que él enfrentó tanto en su gestión como secretario de Estado de la Santa Sede, como Eugenio Pacelli, como las que enfrentó como romano pontífice.

En ambos casos, lo que han demostrado distintas investigaciones hechas en los archivos de la Santa Sede, del Departamento de Estado de Estados Unidos y de otros gobiernos, es que él, ni como secretario de Estado, ni como Papa, tuvo empacho en criticar a Adolf Hitler, ni lo tuvo tampoco para criticar y condenar las actitudes de los nazis.

Por ejemplo, el 28 de abril de 1935, el entonces Cardenal Pacelli, pronunció en el Santuario de Lourdes en Francia, un mensaje ante cerca de 250 mil personas, en el que señaló, de manera inequívoca, que los nazis eran...

...en realidad sólo miserables plagiarios quienes adornan viejos errores con nuevos ropajes. No importa si apoyan las ideas de la revolución social, si se guían por un falso concepto del mundo y de la vida, o si están poseídos por las supersticiones de la raza y el culto a la sangre.

La cuestión no es sólo académica, ni tiene que ver sólo con el destino que pudiera tener o no la causa de canonización de Pío XII, sino que nos compete a los católicos ahora mismo, pues—como en tiempos de Pío XI y Eugenio Pacelli—ahora muchos jerarcas, incluido el papa Benedicto XVI, alzan su voz contra los excesos que se cometen ahora mismo contra distintos grupos, sin que haya la respuesta inteligente, articulada y seria de los católicos.

En este sentido, es necesario reconocer que Pío XII supo dar, en el momento en que era necesario, el testimonio que se esperaba de él como cardenal o como sucesor de Pedro y que quienes no estuvieron a la altura de las circunstancias, incluso en México, fueron los laicos de la época.

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lunes, 3 de noviembre de 2008

La ruta del cisma

A mediados de este año, cuando uno podría pensar que este tipo de recursos ya no resultarían atractivos para nadie, se hizo pública en Venezuela, la decisión de un grupo de personas de darle vida a lo que ellos llaman la iglesia católica reformada de Venezuela.

El grupo, que ha dado vida a esta organización lo integran varios exsacerdotes católicos y exministros de distintas iglesias protestantes históricas. Las únicas cosas que los unen son, por cierto, su simpatía profunda por el gobierno de Hugo Chávez y las críticas, una más irracional que la próxima, a la Iglesia católica.


En su lenguaje, además, se encuentran algunos de los lugares comunes de experiencias similares (“iglesias” creadas desde el poder con el propósito de lastimar a la Iglesia católica), cuyo primer ejemplo--el del primer anglicanismo de Enrique VIII--es, hasta ahora, la fuente de inspiración.

Claro está, la diferencia fundamental es que luego de las experiencias anglicana y de algunas otras iglesias nacionales (como las de los países escandinavos), el recurso es cada vez menos espectacular y rinde, además, menos resultados de los que sus promotores esperan.

A pesar de ello, no deja de llamar la atención la manera en que los promotores de esta nueva iglesia no duden en presentar casi en el mismo plan lo “bolivariano” de su invención, con las raíces cristianas que invoca en una mezcla que, para cualquiera que conozca la experiencia de Venezuela en años recientes, no puede sino mover a sospecha.

Si uno considera experiencias similares ocurridas en el siglo XX en México (la iglesia del “patriarca Pérez,” por ejemplo, en Brasil o en China), cualquiera tendría que desconfiar de la pertinencia de una decisión de gobierno de apoyar, así fuera sólo de manera declarativa, a grupos que, además de su escasa vinculación con las estructuras sociales reales, se han distinguido fundamentalmente por ser incapaces de crecer, de desarrollar una mayor o más activa presencia en las sociedades en las que han surgido y por ser, más bien, apéndices de las estructuras del gobierno que las crea o las patrocina.

En los casos europeos, los más antiguos, la situación ha terminado por generar paradojas como las de los intentos que ya desde la década de los setenta, ocurren en Inglaterra y los países escandinavos, para “lograr” una efectiva separación de la Iglesia del Estado que, sin embargo, se ha enfrentado a la negativa de algunos grupos a que se rompan los profundos vínculos legales y presupuestales entre las iglesias y los estados.

En los casos latinoamericanos en que han ocurrido este tipo de procesos de creación de iglesias “dóciles” a los intereses del Estado, la situación es más difícil de comprender aún. Al ver el caso de México, uno no puede sino sorprenderse que los restos de este tipo de experimentos cismáticos sean, a la vuelta de los años, luego de su rechazo a la autoridad de Roma, quienes se quieren presentar (por el uso del latín en algunas de sus ceremonias) como los representantes de las tradiciones del catolicismo mexicano.

No sólo eso. Obviamente en el caso de la “iglesia” creada por el "patriarca" Pérez no hay información suficiente acerca de los montos de los recursos que el gobierno les entregó para sostenerlas, pero es claro que sin esos recursos (que en algunos casos involucraron también la violencia para hacerse del control de algunos templos), estas iglesias no hubieran sobrevivido.

No es, por cierto, el primer caso de una iglesia creada desde las estructuras del poder político en Venezuela para tratar de lastimar o afectar las actividades del catolicismo en ese país. Ya en la década de los cuarenta, cuando Venezuela era gobernada por una dictadura militar, se creó otra iglesia con propósitos similares a la que nos ocupa.

En el caso de Venezuela no ha habido despojos de templos, ni violencia patrocinada o tolerada desde las estructuras del Estado, pero lo que sí hay claramente es una fuerte desconfianza a las razones y los métodos seguidos tanto por el gobierno de Hugo Chávez como por grupos separatistas de la Iglesia anglicana, a disgusto con el carácter “liberal” de la iglesia anglicana de nuestros días, quienes no dudaron en prestar su apoyo para la consagración de los “obispos” de esta iglesia católica reformada de Venezuela.

Es importante destacar, a pesar de lo anterior, que la Iglesia anglicana y su rama estadunidense, la Iglesia episcopaliana, no reconocen a los grupos de conservadores anglicanos que participaron en la creación de la iglesia cismática venezolana y no reconocen, tampoco, a quienes fueron consagrados así como obispos.

Como sea, es interesante considerar este caso por varias razones. La primera es el hecho mismo que desde el gobierno venezolano se le promueva. Deja ver que a pesar del desdén con el que los grupos latinoamericanos más liberales enfrentan la realidad de la práctica de la religión, el hecho es que también la ven como un espacio clave para la formación de las identidades sociales.

La segunda tiene que ver con el contexto en el que ha ocurrido esta creación. A diferencia de México a principios del siglo XX donde había un conflicto abierto entre el gobierno y la jerarquía católica, en el caso de Venezuela el conflicto es, en el mejor de los casos, velado; ocurre luego de que Hugo Chávez fuera derrotado en el refrendo constitucional que buscaba centralizar, todavía más, el poder del ejecutivo venezolano y, sobre todo, ocurre en Zulía, uno de los estados petroleros de Venezuela.

Ello hizo que, ya desde agosto de 2008, cuando The New York Times dio a conocer la creación de este grupo el corresponsal de ese diario en América del sur, se preguntara acerca de las relaciones entre los dirigentes de esta iglesia y representantes del gobierno nacional venezolano y que implícitamente cuestionara la legitimidad de una organización religiosa que nace para apoyar los propósitos de un gobierno.

Y es cierto, las iglesias tienen el derecho de expresar libremente sus preferencias incluso en el ámbito de la política, pero a un observador cuidadoso del desempeño tanto del Estado como de las iglesias, no deja de resultarle preocupante que el gobierno de Chávez (como podría ser el caso de cualquier otro gobierno), lejos de afirmar el principio de la separación del Estado y las iglesias, promueva--más bien--la supremacía del primero sobre las segundas, es decir, la colonización de lo religioso por la política.

Conviene destacar, por cierto, que en el proyecto de esta iglesia reformada venezolana es posible encontrar también muchos de los visos de activismo pan-latinoamericano que distinguen en otros ámbitos al gobierno de Hugo Chávez, por lo que no sería de sorprenderse que la renta petrolera venezolana, aunque disminuida por los recientes ajustes al precio del hidrocarburo, sirviera para promover este otro aspecto del ambicioso proyecto chavista.

lunes, 27 de octubre de 2008

La hermana Emmanuelle, tesoro desconocido en México


Este 20 de octubre, hace una semana justamente, falleció en Francia la hermana Emmanuelle, un personaje del que poco se sabe en México. Ella era una religiosa que había dedicado buena parte de su vida, falleció a los 99 años, a velar por las necesidades de niñas y niños pobres en las ciudades perdidas y los tugurios de Estambul, Turquía y El Cairo, Egipto.

En Francia, en Bélgica, donde ella nació en 1908 como Madeleine Cinquin, y en Egipto, la hermana Emmanuelle era considerada una celebridad: Gran Comandante (2002) y Gran Oficial (2008) de la Legión de Honor francesa (el más alto honor al que puede aspirar un ciudadano francés) y Gran Oficial (2005) de la Orden de la Corona, y ciudadana egipicia honoraria (1991) por el trabajo que realizó para hacer consciente a la más bien comodona sociedad europea de los efectos devastadores de la exclusión social en las ciudades europeas y en los países de la cuenca del Mediterráneo.

Su voz, a pesar de la fragilidad que le caracterizaba, fue suficiente para que Jacques Chirac reconociera en su campaña presidencial de 1995 la necesidad de hacerle frente al problema de la exclusión social en Francia.

Como en el caso de la madre Teresa de Calcuta, la madre Emmanuelle, se ganó a pulso esos reconocimientos y esa influencia en sociedades tan laicizadas como la francesa o tan musulmanas como la egipcia; hay que recordar aquí que algunos de los más radicales proponentes del Islam militante han encontrado refugio en las calles de El Cairo desde hace ya varias décadas.

No fue el resultado de concesiones graciosas de los políticos ni el resultado de negociaciones, públicas o privadas, entre los obispos franceses, belgas o egipcios y sus respectivos, gobiernos. Por el contrario, fue el producto de una centenaria experiencia de servicio constante a la Iglesia, a las sociedades en las que ella se encontraba y, de manera más general, al género humano.

La suya fue, además, como en el caso de Teresa de Calcuta, una voz particularmente molesta para quienes le apostaban al silencio o al olvido como estrategia para hacerle frente a los problemas de las naciones en las que prestó distintos tipos de servicios.

La madre Emmanuelle empezó su labor en el peor momento de la crisis financiera de finales de los veinte y principios de los treinta, profesó sus votos en 1931, dos años después del desplome de las bolsas del mundo en 1929, y a partir de ese momento y, prácticamente hasta su muerte, hizo de su vida un ejercicio didáctico constante.

Primero, como profesora en Estambul, donde las condiciones le hicieron contraer la tifoidea, lo que hizo que fuera enviada a Túnez, en aquel entonces una colonia francesa. Se mantuvo ahí hasta que ese país logró, luego de una sangrienta guerra, su independencia. El cambio no le sentó bien a la hermana, como a muchos otros franceses de su época que consideraban a Túnez y a Argelia como partes integrales del territorio francés, y quedó sumida en una profunda depresión de la que salió al regresar a estudiar Letras a la Sorbona en París.

De ahí, regresó brevemente a Estambul en 1959, y luego de breves encargos en distintos puntos del Mediterráneo, la hermana Emmanuelle llegó a Egipto en 1964, donde tuvo la oportunidad de enfrentar los efectos de la exclusión social, de la pobreza y la marginación y la manera en que estas realidades golpean más a las niñas y mujeres jóvenes egipcias.

No sólo eso, a partir de 1971--cuando formalmente le correspondía retirarse--y a pesar de una serie de trabas burocráticas y políticas, decide seguir el ejemplo de san Damián de Molokai (un misionero belga que se dedicó a atender a los leprosos de Hawaii en el siglo XIX) y opta por dedicarse a atender a los más pobres residentes de las ciudades perdidas de las afueras de El Cairo, muchos de los cuales sufren por los efectos de la lepra.

Como siempre sucede en estos casos, la obra de la hermana Emmanuelle no hubiera podido hacerse realidad si ella estuviera sola. A su lado estuvieron, ya desde principios de los setenta, obispos, sacerdotes y religiosas de la Iglesia ortodoxa copta, como la hermana Sarah Ayoub Ghattas, quien en ese entonces era la superior de la orden de las Hijas de María de Béni-Souef, así como el obispo local, Atanasios.

Ya para 1982, la obra social de la hermana Emmanuelle beneficia de una u otra manera a más de 23 mil personas, entre los más pobres de El Cairo. A pesar de su edad ya avanzada para ese entonces, ella continúa con su obra, que además crece hacia el sur, en Sudán, en las ciudades perdidas de Kartum.

El impacto de sus afanes es tal, ya hacia finales de los ochenta y principios de los noventa, que el gobierno de Hosni Mubarak reconoce en 1991 sus méritos y le concede la ciudadanía egipcia, como un reconocimiento a una labor que ya para entonces cumplía más de veinte años y que, además, había detonado una serie de iniciativas en distintos países de Europa.

En efecto, el ejemplo de la madre Emmanuelle fue ya desde finales de los setenta suficientemente poderoso como para que un buen número de personas en Francia, Bélgica, Suiza y otros países francófonos se organizaran y apoyaran las actividades que ella realizó en Egipto y Sudán.

Es el caso de la Asociación Suiza de Amigos de la Hermana Emmanuelle (ASASE), Los Amigos de la Hermana Emmanuelle (Bélgica) y la ASMAE-Asociación Hermana Emmanuelle (Francia). Cada una de estas agrupaciones seguramente servirán para preservar la obra de la hermana Emmanuelle y para garantizar que los empeños que la caracterizaron no sean en vano.

El valor de sus contribuciones fue reconocido incluso por los siempre veleidosos medios de comunicación franceses. Le Figaro, por ejemplo, publicó al día siguiente de su muerte un dossier dedicado a la religiosa franco-belga-egipcia, que está disponible en su edición en línea. Otros medios dedicaron distintos espacios a comentar tanto su muerte, como el alcance del trabajo realizado por ella.

No en balde, la venerable catedral de Notre Dame en París abrió sus puertas para recibir a miles de personas interesadas en participar de las exequias de la hermana Emmanuelle. Ahí estuvieron Nicolás Sarkozy y su esposa Carla Bruni, el presidente de Egipto, Hosni Mubarak, el expresidente Jacques Chirac, así como Jacques Delors, presidente de la Comisión Europea entre 1985 y 1995, uno de los arquitectos de la actual Unión Europea, así como religiosas de distintas órdenes que comparten los afanes que ocuparon la vida de la hermana Emmanuelle.

Un rasgo que no puede perderse de vista al considerar la vida y la obra de esta religiosa es el interés que puso en plasmar sus ideas por escrito al ser autora o coautora de un total de 17 libros.

Algo que no puedo evitar preguntarme al escribir estas líneas es ¿quiénes son las Teresa de Calcuta y las hermanas Emmanuelle de México y América Latina? Estoy seguro que hay miles de religiosas de las distintas órdenes que dedican su vida a ofrecer un testimonio que sería útil dar a conocer y apreciar en todo su valor.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

lunes, 20 de octubre de 2008

Violencia y tejido social en México

Esta semana, el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana invita, a sus amigos y al público interesado, a participar de una serie de reflexiones sobre la violencia que padecemos en el país y las consecuencias que este padecimiento tiene para la vida de todos nosotros.

He sido invitado junto con otras cinco personas a ofrecer algunas ideas acerca de la situación que vive el país y, de manera más particular, acerca de la vinculación que tiene esta violencia que a todos nos afecta con la descomposición del tejido social en México.

No podría estar más emocionado, pues aún cuando el tema está lejos de ser de mis favoritos—creo que hay muchas cosas mucho más interesantes que discutir y comentar que la violencia—también creo que es responsabilidad de todos nosotros hacernos conscientes de los vínculos profundos de esta crisis que vivimos por la violencia, con la más añeja y más dolorosa crisis que ha afectado a México desde hace cerca de 30 años, es decir, la crisis de la economía y los mercados nacionales.

Se trata de la crisis que ha hecho que repunten, a pesar de las ganancias observadas en otros ámbitos, los indicadores de la iniquidad en la distribución del ingreso entre todos los mexicanos.

Esa es, a mi modo de ver, la razón fundamental de los problemas que vemos en la actualidad. Es cierto, el país ha avanzado mucho en los 15 años en términos del combate a las formas más inhumanas de pobreza.

Es cierto, también que distintos programas sociales tanto del gobierno federal como de los gobiernos estatales y de algunos gobiernos municipales están orientados a resolver algunos de los problemas más graves que afecta el país, pero también tenemos que reconocer que, por ejemplo, en el caso del Índice de Desarrollo Humano, calculado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, el peso fundamental del índice (el 65 por ciento de su peso), depende del ingreso que las personas reciben, mientras que el resto se divide entre los componentes de salud y educación.

Y aún cuando no hay duda que hay distintos programas del gobierno federal y de los gobiernos estatales que objetivamente tienen un impacto directo en el ingreso de las personas, este impacto es limitado tanto en las cantidades que se entregan a los beneficiarios como en el número de personas que los reciben.

Tampoco puede negarse que hay otros impactos igualmente positivos en el ámbito de la educación y la salud, pero es un hecho también que esos logros impactan menos al desempeño del IDH, además de que la capacidad del gobierno federal para tener un impacto más directo en la variable ingreso es muy limitada.

Esto ocurre, por una parte, por las restricciones financieras que ahogan al estado ya desde mediados de los noventa, época en que se transfiere la deuda del Fondo Bancario de Protección al Ahorro y en la que se crearon, de igual modo, los Piridiregas, esos instrumentos engaños de deuda pública que han servido para financiar el funcionamiento de Pemex mientras se resuelve el problema más grave de la sobretasa de impuestos que la petrolera mexicana paga.

Por otra parte, y no podemos dejar de señalarlo, se ve limitada también por las limitaciones que el gobierno federal enfrenta para recaudar, especialmente entre los grupos de más altos ingresos de mexicanos.

Lo que ha terminado por ocurrir es que varias generaciones de jóvenes mexicanos egresan de los sistemas de educación, públicos y privados del país, para enfrentarse una situación brutal de subempleo sistemático, de inseguridad en los pocos empleos que se crean (después de todo se alientan las contrataciones por honorarios como esquema para eludir el pago de la seguridad social y otros impuestos.

No en balde, los estados más pobres de la República se han convertido también en algunos de los estados más violentos y que más efectivos aportan a las distintas fuerzas del narcotráfico, el secuestro y otras variedades del crimen organizado.

La situación es todavía más difícil porque la Iglesia no ha logrado reproducir con éxito modelos de formación de los fieles vigentes en otras épocas, como la Acción Católica, pero tampoco ha logrado darle forma a nuevos modelos de formación de los niños y los jóvenes católicos que permitan ofrecer ese superávit de confianza y esperanza que ofrece el catolicismo.

Por si fuera poco, la situación se agrava al considerar el fracaso del modelo educativo vigente en México, dominado por los intereses de un sindicalismo recalcitrante e irresponsable, que no duda en sumirse en una vorágine de mentiras y contradicciones para lavarle el rostro a una líder que recuerda cada día más a los viejos caciques de la política mexicana.

De estos y otros asuntos relacionados con la descomposición del tejido social y la violencia en México vamos a hablar este miércoles 22. Mañana martes 21 empieza el ciclo con la participación de don Lorenzo Servitje y el jueves 23 lo hará el padre Mario Ángel Flores.

Ojala nos veamos en la sede de IMDOSOC en Pedro Luís Ogazón 56, colonia Guadalupe Inn. Las participaciones inician a las 7 de la noche.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

lunes, 13 de octubre de 2008

Una de cine

Una actividad humana en la que las convicciones religiosas no dejan de hacerse presentes de distintas maneras es el del cine. De distintas maneras, a veces casi de contrabando, es posible identificar posiciones, puntos de vista, incluso tradiciones de pensamiento religioso en las obras de distintos directores y guionistas.

Es cierto, no todos van a realizar el tipo de trabajos que Pier Paolo Pasolini hacía en Italia a mediados de los sesenta con La Pasión según San Mateo (1964) para tratar de conmover la conciencia de la sociedad europea de la época, pero es claro que, por ejemplo, en las obras que Guillermo del Toro ha realizado a lo largo de su fructífera carrera hay todo tipo de referencias a lo cristiano y, de manera más específica, a lo católico, como cuando la conversión de Hellboy (2004) es marcada, incluso físicamente en la manos del personaje, por su aceptación de la cruz de un rosario.

Las cintas que presento aquí no pretenden ser una lista exhaustiva. Es, en el mejor de los casos, un recuento impresionista de algunas de las cintas que me llaman la atención por el interés que ponen en presentar las convicciones religiosas de sus protagonistas como un tema fundamental de la trama.

La primera cinta, Bruce almighty (El todopoderoso, 2003 de Tom Shadyac) es una comedia protagonizada por Jim Carrey (Bruce Nolan), en la que las blasfemias de Nolan, un periodista, mueven a Dios a “concederle” todos sus poderes.

Obviamente, el sujeto en cuestión provoca todo tipo de cataclismos en su ciudad natal y Dios, interpretado por Morgan Freeman, se ve obligado a restablecer el orden necesario. La cinta es interesante no sólo por los errores que Nolan comete (hace, por ejemplo, que todos los que le piden ganar la lotería la ganen), sino que también aborda de manera muy interesante el tema del libre albedrío.

Una que no puedo evitar mencionar en mis clases de distintas materias y que es mucho más profunda y reveladora de las contradicciones profundas que marcan nuestro desempeño como católicos es The Mission (La misión, 1986 de Roland Joffé).

Como todos sabemos es la historia conmovedora de la resistencia de comunidades de guaraníes ante el acoso de los súbditos de las coronas española y portuguesa cuando, luego de la guerra de Sucesión (1701-1714), Inglaterra forzó una redistribución de los territorios americanos y europeos de España, Francia, Portugal, Holanda y la propia Inglaterra.

La cinta no sólo es valiosa por su capacidad para reproducir la carnicería perpetrada por los católicos hacendados españoles y portugueses, sino porque revela como en un libro abierto algunas de las tensiones que marcan a la Iglesia católica en su relación con las sociedades a las que trata de servir y con los poderes civiles que gobiernan esas sociedades.

Otra que aborda también el problema de las relaciones entre la Iglesia y el Estado y, sobre todo, el tema más significativo de las respuestas individuales que los católicos podemos dar o no a los dilemas planteados por esas relaciones es A man for all seasons (Un hombre de dos reinos, 1966, Fred Zinnemann).

La traducción del título al español es aberrante porque hace que se pierda de vista la cualidad de Tomás Moro que hizo que la Iglesia lo canonizara y que resultó suficientemente atractiva para Hollywood a mediados de los sesenta, que es la de su imperturbable lealtad a los principios del Evangelio y su indisposición, en ese sentido, a ser ese “hombre de dos reinos” del que habla el título en español.

La presencia en el reparto de Paul Scofield como Tomás Moro y, sobre todo, de Orson Welles como el Cardenal Wolsey, la hacen más atractiva para mí, pero incluso sin esas adiciones, el libreto de Robert Bolt es sorprendentemente contemporáneo y resuena con muchos de los temas que los católicos ahora observamos a través del filtro de la doctrina social cristiana.

No sólo eso, a diferencia de muchas producciones contemporáneas que abordan temas históricos, como Roma de HBO o Los Tudor de Showtime, los cineastas británicos de la década de los sesenta no estaban obsesionados con la reproducción del ambiente o del vestuario, sino con la fidelidad a los ideales que se ven representados en la actuación.

Algo similar puede decirse de Beckett (1964, Peter Glenville), que narra la historia de la relación entre Thomas à Becket, interpretado por Richard Burton, y el rey Enrique II, interpretado por Peter O’Toole. Esta es, por cierto, una historia fundamental para comprender los desencuentros entre la Iglesia y el Estado en Europa y América Latina en los últimos ocho siglos.

La historia, resumida groseramente, se centra en Becket, quien fuera en otras épocas compañero de juergas del rey y su nombramiento como obispo.

El rey, como suele suceder en estos casos, le apostaba a que Becket se convertiría en un dócil lacayo con tiara, pero no ocurre así. Becket al ser ordenado arzobispo de Canterbury (era un diácono antes del nombramiento) se toma muy en serio su papel como pastor y termina muerto.

Una vez más, lo que le falta a la producción en términos del realismo de producciones como Roma o Los Tudor, lo gana por el cuidado que Glenville pone a la dirección.

Cualquier listado de cintas está incompleta sin una buena película francesa y en este sentido yo propongo Les sept péchés capitaux (1962, Los siete pecados capitales, Claude Chabrol entre otros).

La cinta, como era frecuente en los sesenta en Italia, Francia, México y otros países, es una colaboración de distintos directores y guionistas que abordan, a partir de las intuiciones propias de principios de los sesenta, este tema muy medioeval de los pecados capitales con resultados muy interesantes.

No sólo eso, en el reparto están muchos de los mejores actores, hombres y mujeres de Francia en la década de los sesenta, como Jean Louis Trintignant.

Las siete historias han perdido alguna de su actualidad, obviamente los humanos sabemos cómo complicarnos la vida al refinar nuestras maneras de pecar, pero la fotografía y las actuaciones son de primera.

Una cinta inevitable para mi es Nazarín (1959, Luís Buñuel). Material frecuentemente presentado por las cadenas de TV mexicanas en las cercanías de la Semana Santa, ofrece una visión dolorosa, difícil, pero al mismo tiempo profundamente esperanzadora del compromiso que los cristianos tenemos que asumir, y aún cuando las actuaciones de Marga López y Rita Macedo pasan de lo obvio a lo pegajoso, las de Francisco Rabal e Ignacio López Tarso son justo lo que el libreto de Julio Alejandro y Buñuel necesitaba.

Otra igualmente inevitable es Las alas del deseo (Der Himmel über Berlin, 1987, Wim Wenders). En este caso las referencias a lo religioso podrían pasar por blasfemias, pues la historia se centra en la decisión de un ángel, interpretado por Bruno Ganz, de cambiar su condición por la de un hombre, cuando conoce a una acróbata interpretada por Solveig Dommartin.

Pero el hecho es que la cinta como tal es un poético himno a la vida, una invitación a que los humanos, sumidos en nuestros afanes minúsculos, nuestras mezquindades, apreciemos lo que tenemos, lo que los ángeles no pueden disfrutar: el viento, la lluvia, los colores que vemos, la libertad, que son dones de Dios.

No puedo resistir la tentación de mencionar a Krzysztof Kieslowski y su Decálogo (1989) esa colección de diez obras maestras, en las que el director polaco nos recuerda el valor profundo de los mandamientos de la Ley de Dios, no sólo desde una perspectiva puramente religiosa, sino también como fundamento para la convivencia armónica.

Finalmente, termino como empecé, con una comedia, una comedia negra en este caso, de Álex de la Iglesia, El día de la bestia (1995). A diferencia de Todopoderoso, en la que el tono ya desde el principio de la cinta es jocoso, el El día de la bestia De la Iglesia se presenta como un thriller teológico en el que Álex Angulo, el sacerdote y profesor de teología, asume con pasión apocalíptica la tarea de descubrir dónde nacería el Anticristo para evitar las consecuencias que se derivan de ese hecho.

Conforme avanza la cinta queda más y más claro que es una comedia negra, pero cada que la veo no puedo olvidarme de algo que leí hace mucho, que el mejor truco del demonio es hacernos creer que no existe…

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lunes, 6 de octubre de 2008

Otra de música

Ahora que los días empiezan a ser más largos, que llueve, baja la temperatura y que, en general, uno tiende a pasar más tiempo dentro de casa, es inevitable buscar en la música una compañía que le ayude a uno a buscar significados más profundos en la vida, una compañía que, en pocas palabras le ayude a acercarse a uno a Dios.

Las revoluciones comerciales y tecnológicas de los ochenta y noventa, por cierto, han ayudado a que uno tenga acceso a una variedad mucho más amplia de música que la que se tenía a finales de los setenta, además de que la música a la que se tiene acceso es de mucha mayor calidad técnica.

Esta realidad, que se ha convertido en un dolor de cabeza para casi todas las disqueras que han visto perder los márgenes de ganancia a los que estaban acostumbradas, para los consumidores de música ha sido fuente de regocijo, pues se tiene acceso a más música, de mejor calidad y a menor precio.

De ahí que resulte inevitable preguntarse qué hay de nuevo en materia de música que, más allá de las etiquetas que pudiéramos ponerle a tales o cuales autores o géneros, sea música que ayude a acercarnos a Dios.

La lista que presento aquí no pretende ser exhaustiva. Muy por el contrario, pues está atravesada por todos los sesgos de los que uno es capaz cuando se trata de elegir tal o cual tipo de música.

Uno de los autores que descubrí a principios de los noventa y que, desde entonces, no deja de sorprenderme por la calidad de sus composiciones, es el polaco Henryk Mikojlav Górecki.

Procedente de la misma región de Polonia en la que nació y vivió Karol Wojtyla hasta que se convirtió en Juan Pablo II, Górecki pertenece, como muchos de los autores que voy a presentar aquí, a los llamados minimalistas. Su música es sencilla, pero ello no le impide ser profunda, dramática y conmovedora.

La primera composición que escuché de él fue la sinfonía de las canciones cargadas de tristeza, sinfonía de las lamentaciones o de las canciones de lamento (el título original es difícil de traducir al castellano).

Se trata de una bellísima composición para soprano y orquesta sinfónica en tres movimientos en los que se enlazan delicadamente la severidad de los graves profundos (que hacen difícil de escuchar los primeros compases del primer movimiento), con la parte que corresponde a la soprano quien canta, sucesivamente y en cada uno de los tres movimientos, una vieja canción en polaco antiguo, una oración que una interna de las prisiones de la Gestapo en Polonia, la niña Helena Blazusiak, dejó escrita en la pared de su prisión y una canción tradicional polaca que, en algunos casos, precede a la rezo del Ave María.

La versión más conocida de esta sinfonía (Opus 36) es la que tiene a Dawn Upshaw como solista y a David Zinman como director de la Sinfonietta de Londres.

Luego de conocer esta Sinfonía no. 3 de Górecki empecé a comprar de manera un tanto compulsiva otros materiales de este autor y aunque ninguno me logra conmover tanto, Totus Tuus, Todos tuyos, es otra de las obras que llama mi atención. En algunas de las ediciones disponibles en el mercado, se le presenta como un himno dedicado a Juan Pablo II.

De igual modo, un disco de The Kronos Quartet con música de Górecki, Already it is dusk, acerca de la destrucción de Varsovia durante la segunda Guerra Mundial, me permitió acercarme a otros materiales de esa importante agrupación musical.

Casi al mismo tiempo que conocí a Górecki, tuve oportunidad de conocer también la obra de Ärvo Pärt, un compositor estonio-alemán. En un principio fue particularmente interesante acercarse a su Te Deum difundido, junto con su Misa Berlinesa, por el sello europeo ECM.

Como en el caso de la Sinfonía no. 3 de Górecki, el Te Deum de Pärt ofrece una música tan vibrante como desgarradora y esperanzadora, a partir de líneas melódicas y armonías extremadamente simples, que transportan a quien lo escucha a los espacios espirituales y sobrecogedores de los grandes monasterios europeos.

El Te Deum de Pärt se convirtió para mí en un punto de ingreso a una red de compositores minimalistas religiosos del norte de Europa, además de que me permitió conocer otras composiciones de Pärt en el sello ECM entre las que destacan Passion (Pasión de Jesucristo según San Juan, que en ocasiones ha sido presentada en vídeo por Canal 22 de la Ciudad de México), las distintas variaciones de Fratres (una obra para doce chelos, en la que cada uno de los chelos representa a cada uno de los apóstoles de Jesús), Miserere, Credo, Canon Pokajanen, Orient-Occident, Magnificat, Tabula Rasa, Como la cierva sedienta… y otras más.

Se trata de obras, como los títulos lo indican, tomadas de las más añejas tradiciones de la composición musical cristiana que, sin embargo, en las manos de Pärt y sus distintas contrapartes, adquieren belleza y profundidad, al mismo tiempo que le permiten a uno buscar nuevas rutas para el disfrute de la música y el acercamiento a los divino, a lo espiritual.

No sólo eso. Gracias a Pärt tuve la oportunidad de descubrir a otros compositores e intérpretes contemporáneos. Ese fue el caso de la relación entre Pärt y Paul Hillier, la figura detrás de The Hilliard Ensemble y de The Teathre of Voices, dos agrupaciones vocales de primer nivel, así como del organista británico Christopher Bowers-Broadbent.

A su vez, la familiaridad con el trabajo de The Hilliard Ensemble me permitió conocer también el trabajo que Jan Garbarek, un excelente compositor e intérprete noruego de jazz, hizo con The Hilliard Ensemble para reinterpretar algunos de los cantos gregorianos más conocidos con el apoyo de distintos tipos de saxófonos, en lugar del tradicional órgano, así como para familiarizarme con algunas de las interpretaciones de The Hilliard Ensemble y The Theatre of Voices de música de los periodos gótico y barroco, además del tratamiento que hacen de distintos cantos gregorianos.


Como resultado de esta colaboración, ECM dio a conocer Officium, uno de sus más sonados éxitos y, más adelante, Mnemosinye. En ambos, Garbarek ejecuta varios saxófonos, mientras los cuatro intérpretes de The Hilliard Ensemble despliegan la calidad prístina de sus voces y su conocimiento de las tradiciones musiciales del Occidente cristiano.

The Hilliard Ensemble es una agrupación musical británica que, además de la calidad de sus interpretaciones, destaca por el trabajo que Paul Hillier hace de investigación documental para rescatar partituras perdidas en la inmensidad de las bibliotecas nacionales de distintos países europeos o en las de pequeñas abadías y monasterios de distintas regiones de Europa.

De una de esas abadías es de donde se empezaron a rescatar, a principios de los sesenta, las obras de una monja maravillosa, la beata Hildegard von Bingen; una suerte de sor Juana Inés de la Cruz de la música gregoriana, cuya obra se ha convertido en el patrimonio de distintos grupos que van desde las feministas radicales que reivindican el carácter femenino de sus composiciones y de la teología que las acompaña, hasta de quienes, desde la Iglesia la presentan como un ejemplo a seguir para las religiosas en el siglo XXI.

El conocimiento de las obras de The Hilliard Ensemble me ayudó, también, a entrar en contacto con los trabajos de otros autores europeos contemporáneos, como Oliver Messiaen y a escuchar interpretaciones menos convencionales, más actuales de, por ejemplo, Las Cantatas de Johan Sebastian Bach.

En general, en México, las tiendas de música Mix-Up tienden a contar con materiales de la mayoría de estos compositores e intérpretes. También es posible encontrar muestras de la música de cada uno de ellos en la red al correr búsquedas en Google o Yahoo.

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lunes, 29 de septiembre de 2008

Catástrofe neoyorquina, esperanza para Chiapas

Mientras el mundo era barrido, este lunes, por el terremoto bursátil que se desató luego de que el Congreso de Estados Unidos decidió rechazar la propuesta de rescate financiero por 700 mil millones de dólares, yo me encontraba en San Cristóbal de Las Casas.

Estoy aquí como parte de una semana de reflexión para el personal del Centro de Desarrollo Comunitario de la Fundación León XIII en la que en otras épocas se llamó la “Ciudad Real.”

San Cristóbal es, en sí misma, un universo fascinante. Lo mismo se encuentran chicas francesas que tocan el acordeón en las calles del llamado Andador Turístico a cambio de unos pesos, que muchachos argentinos o estadunidenses elaborando complejas artesanías a base de hilos de cobre, plata y otros metales que, mezclados con piedras preciosas y resinas como el ambar, se convierten en hermosas piezas de joyería y orfebrería.

Sin embargo, San Cristóbal es también el epicentro de uno de los más dramáticos ecocidios. Las laderas de los montes que rodean a la ciudad se han convertido en el blanco de los “desarrolladores” urbanos que, amparados en la virtual ausencia de autoridades responsables y sensatas, han desmontado cualquier cantidad de hectáreas de monte.

Las razones para ello son complejas. San Cristóbal se ha convertido en un imán poderoso, en el primer destino de miles de campesinos indígenas chiapanecos quienes, al no encontrar un futuro medianamente digno en sus comunidades, las abandonan para emprender un derrotero complicado y doloroso.

No sólo eso, gracias a la nueva carretera Tuxtla-San Cristóbal, se ha convertido también en un importante centro turístico al que llegan personas de Europa, Estados Unidos, Canadá y Sudamérica, en busca del México profundo que se rebeló en 1994 y que está presente, todavía en quita-pesares (pequeños muñecos que combinan la cerámica con los tejidos de lana), posters, muñecos de borra y otras artesanías, aunque en una versión que parece más cercana a una caricatura que a otra cosa.

Aquí las personas que trabajan en la Fundación León XIII desarrollan una tarea difícil, compleja, con pocos recursos, pero con mucho corazón y—sobre todo—con mucha esperanza, convencidos de que la semilla de la doctrina social de la Iglesia es capaz de transformar las realidad de violencia contra los indígenas y contra las mujeres que han narrado con más maestría que la mía personajes como Ricardo Pozas Arciniegas en el Juan Pérez Jolote y otras obras que han retratado esta realidad fascinante y delirante de Los Altos de Chiapas.

Voy a estar una semana con ellos, como un acompañante y crítico de sus reflexiones, pero—sobre todo—como un admirador profundo del trabajo que realizan para beneficio de todos y como expresión depurada, destilada, comprometida, de ese sueño de una vida mejor y más digna para todos que es la doctrina social cristiana.


No puedo evitar pensar, al leer las noticias sobrecogedoras sobre la nueva crisis que afecta al capitalismo, que mucho de lo que ha ocurrido y de lo que ocurrirá luego de este catastrófico "lunes negro" (uno más de muchos) de septiembre, podría evitarse si los políticos y los distintos agentes de los mercados de México y otros países del mundo reconocieran que la economía, que los mercados, dejados a sus propios impulsos no sólo no logran la racionalización, la optimización que pregonan, sino ponen en peligro las vidas de miles de millones de personas en todo el mundo.

La vigilancia, el oversight, que resulta de los principios morales y las sanas reglas para regular los intercambios, son--no lo dudemos más--imprescindibles, inevitables. Los mercados y sus reglas no son expresiones del orden cósmico o divino.

Son creaciones humanas y podemos construirlos para hacer realidad los principios de justicia social, de solidaridad o de subdiriareidad o podemos hacerlo, como se ha hecho en México en los últimos 70 años, que respondan a dinámicas políticas y económicas perversas.

La desrregulación pregonada en Estados Unidos desde los ochenta como la solución a todos nuestros males, ha tocado fondo como lo ha tocado el sistema financiero internacional. Ahora, en medio de las cifras demenciales, dantescas de las pérdidas que nos llegan desde distintas partes, lo único que queda preguntarse es cual será el legado de la orgía desrreguladora en la que, hasta hace unos días, vivimos.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Crisis financiera global y doctrina social cristiana

La semana del 15 al 22 de septiembre será recordada cuando se escriba la historia económica del siglo XXI como la semana que marcó el fin de una época. Será vista no sólo como el fin de la “exhuberancia irracional” de la que Alan Greenspan habló en 1996 para referirse a la “burbuja financiera” de la Internet, sino—sobre todo—para explicar el desastre que se desveló con la quiebra de Lehman Brothers y la intervención (nacionalización desde cualquier perspectiva de análisis) de AIG, la más importante aseguradora de Estados Unidos y una de las más importantes del mundo.

Es cierto que esta crisis tiene vínculos profundos con las guerras que EU pelea en la actualidad en Afganistán e Irak, pero es un hecho que esta crisis tiene sus orígenes más profundos en la desregulación financiera que el gobierno de Bill Clinton (1992-2000) promovió.

No queda claro, desde luego, cuál va a ser el impacto de la crisis en la economía mexicana, pero es claro que no saldremos librados del todo. Algún efecto se dejará sentir en las próximas semanas y será mejor estar preparados para ello.

Lo que sí es posible hacer ya desde ahora es analizar la crisis, sus orígenes, algunos de los efectos que ya conocemos y de las medidas que se han tomado, a la luz de los argumentos de la doctrina social de la Iglesia (DSI).

Es inevitable pensar, en este sentido, de la actual crisis como una en la que efectivamente fallaron los mecanismos de regulación, tanto del gobierno de Estados Unidos, como de otras naciones altamente desarrolladas y que, por el peso mismo de sus economías, tienen la capacidad para influir en el funcionamiento de los mercados.

De ahí que la primera conclusión que podemos derivar, es que la crisis no era inevitable, ni corresponde a la lógica interna del capitalismo, ni mucho menos a la dinámica “natural” del funcionamiento de los mercados. Si algo nos enseña la DSI es que los mercados, en tanto producto de la interacción de los humanos, no responden a impulsos naturales. Responden a las decisiones, conscientes o inconscientes que los humanos hacemos, o dejamos de hacer.

No sólo eso, esas decisiones nunca son 100 por ciento “técnicas,” es decir, siempre hay un margen de responsabilidad moral y ética al tomar las decisiones, al diseñar de una u otra manera una institución, al imponer tales o cuales restricciones en las leyes o reglamentos y al decidir cuáles son los criterios que definen el diseño de las leyes y las instituciones, así como sus objetivos.

Además, estas decisiones no son responsabilidad exclusiva de quienes diseñan las leyes, instituciones y procesos, sino que involucran también a los individuos, a las personas que pueden (o no) abusar las leyes, las instituciones y los procesos para beneficio personal.

En este sentido, es importante advertir que aún cuando la Guerra Fría fue ganada por el capitalismo en 1990-1, el capitalismo neoliberal o libertario, se ha derrotado a sí mismo en los últimos días de 2008. Lo ha hecho silenciosa, casi hipócritamente, pues tendrá que ser rescatado de sus propios errores por gobiernos, no sólo de Estados Unidos, sino de distintos países del mundo que han comprometido recursos para mantener la liquidez de los mercados.

Se trata, por cierto, de una situación similar, aunque a una escala mucho mayor a la que vivimos en México en 1996 con el Fondo Bancario de Protección al Ahorro.

En el caso de esta crisis, el costo del rescate financiero se estima que será de 700 mil millones de dólares (más 85 mil millones gastados en el rescate de AIG). Esta cantidad, equivalente a poco más de la mitad del producto interno bruto de México en 2007, es decir, casi la mitad del valor de todos los bienes y servicios producidos por México el año pasado.

Se trata, por ello mismo de una cifra sobrecogedora, más cuando se considera que muchos de estos recursos se perdieron por la irresponsabilidad de directivos de bancos y casas de bolsa, que hace apenas un año recibían descomunales premios por su desempeño en firmas como Lehman, AIG y otras que ahora se encuentran en serios problemas.

Estos problemas surgieron en el momento en que, por una parte, el gobierno de Estados Unidos, ya desde tiempos de William Clinton, optó por desregular los mercados financieros, y—por la otra—en el momento en que estas firmas, introdujeron productos financieros novedosos, los llamados “derivados,” que sin embargo estaban marcados por un muy elevado riesgo.

Estos “derivados,” aún cuando en el corto plazo parecían resolver problemas de financiamiento para ampliar la capacidad de consumo de los ciudadanos estadunidenses, quienes—a su vez—podían comprar más recursos de China, India, México y otras economías en desarrollo, terminaron por convertirse en bombas de tiempo que explotaron el 15 de septiembre de 2008.

Y aún cuando la responsabilidad primaria recae en los ejecutivos y directivos de empresas privadas como Lehman, AIG, Goldman Sachs y otras, también existe un margen muy importante de responsabilidad en los funcionarios de gobierno de las administraciones Clinton y George Bush, quienes no dudaron en voltear la vista a las críticas que, ya desde mediados de los noventa, se hicieron a las decisiones de desregular los mercados financieros de Estados Unidos.

Recae en teóricos de la economía y las finanzas, quienes obsesionados con el mantra de la reducción de las dimensiones del Estado, sin importar sus consecuencias, apostaron toda su capacidad y creatividad a desarrollar propuestas de política pública en las que se apostaba todo a la capacidad de los mercados para regularse a sí mismos.

Tampoco puede perderse de vista el hecho que esta crisis evidencia que el modelo de bancos centrales autónomos o independientes del poder político, que fue copiado en México en los noventa para darle su diseño actual al Banco de México.

Si el Banco de la Reserva Federal, el más representativo caso de un banco central autónomo en el mundo, fue incapaz de intervenir oportunamente para reducir el impacto de prácticas como la compra “en corto” de acciones, qué puede esperarse de otras instituciones que han sido construidas precisamente sobre los supuestos de la autonomía de la economía de la política, de la capacidad de los mercados para autorregularse y de la “necesidad” de reducir, a como dé lugar, el tamaño del Estado.

Este mecanismo de compra “en corto” deja ver mucho de la manera en que el capitalismo contemporáneo subvierte la lógica misma del funcionamiento de los mercados. Lo hace al asumir que la clave del éxito no está en la producción, la construcción o, de manera más general, en el trabajo, como lo planteó Juan Pablo II reiteradamente (ver, sobre todo, Laborem Exercens no. 12), sino en la capacidad para aprovechar recovecos en la legislación o de plano para corromper y obtener así ventajas injustificadas.

En este sentido, esta crisis—y los efectos que seguramente se dejarán sentir en las próximas semanas—deja ver que tan urgente es reconocer que los mercados no pueden pensarse como realidades “naturales” o tan autónomas que no puedan o no deban ser reguladas por principios ético-morales y por leyes e instituciones que reflejen y protejan los intereses y derechos de las personas.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Benedicto XVI en Francia

La visita de su santidad Benedicto XVI a Francia, que aún transcurre este lunes 15 de septiembre, dejó ver—como en un caleidoscopio—la inteligencia, la sensibilidad y la espiritualidad del antiguo profesor de filosofía y teología que dirige ahora a la Iglesia. La experiencia combinada del papa como académico y líder religioso se probó útil en un escenario tan complejo y difícil como el de Francia en la actualidad.

Ahí, en un país marcado por una transición demográfica y religiosa que pone en duda la capacidad de las iglesias cristianas para adaptarse a nuevas realidades generadas por la presencia de emigrados pobres, sin papeles (ni derechos), de países de mayoría islámica, Benedicto XVI demostró sagacidad y sentido de la oportunidad mediática, pastoral e intelectual.

Y es que la visita del antiguo prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe ocurre en un momento en que la tasa de natalidad de las poblaciones que tradicionalmente han ocupado Europa en los últimos mil años, los así llamados blancos o caucásicos, experimentan caídas constantes.

Los cambios demográficos y sociorreligiosos generados por el crecimiento de las poblaciones musulmanas y la caída de las poblaciones católica y protestantes han terminado por generar una situación que la clase política francesa no puede desconocer ya.

Este reconocimiento ha hecho que algunos políticos franceses reconsideren los argumentos y el tipo de práctica generada por la separación Iglesia-Estado de 1905. Es cierto, no todos, pero sí quien ocupa el cargo de elección popular más importante en Francia, Nicolás Sarkozy.El presidente francés ya había adelantado en su visita a Roma, al Palacio de Letrán, en diciembre de 2007, algunas de las ideas que repitió ante Benedicto XVI este viernes, entre las que destacan—desde luego—la consideración del papel que tuvo la Iglesia en la construcción de las instituciones y de la cultura europeas.

Sarkozy, por cierto, hubiera sido el último candidato para replantear el alcance de la laicidad del Estado francés. Basta revisar su biografía para darse cuenta que no hay ahí elementos que hablen de una cercanía o de un interés en representar los intereses de alguna confesión religiosa y mucho menos del interés para introducir este tema en la agenda pública.

Después de todo, a nadie escapa el hecho que se trata del hijo de una pareja de emigrantes húngaro-judíos y con una vida familiar plagada de enredos maritales, dos divorcios y recién casado con una esposa italiana, quien no dudó en desnudarse en público cuantas veces consideró necesario para impulsar su carrera como cantante y modelo.

Como sea, ya desde sus primeras intervenciones públicas y, como parte de una agenda de reformas más amplia, Sarkozy no dudó en plantear la necesidad de repensar el alcance de la laicidad y sugerir la necesidad de que esta laicidad deje de ser el prototipo de la laicidad militante atea que, por cierto, fue el modelo en que se inspiraron los constituyentes mexicanos de 1917 y los líderes de la Unión Cívica Radical argentina, entre otros grupos de políticos latinoamericanos que trataron de promover, como parte de sus programas de modernización “desde arriba.”

El cambio en la clase política francesa—que inició en 2002, cuando Sarkozy era ministro del Interior del primer ministro Dominique de Villepin y del presidente Jacques Chirac—coincide con varios procesos. Por una parte, los cambios demográficos generados por la presencia creciente de emigrados de las antiguas colonias francesas, basta revisar la alineación de la selección francesa de futbol en la reciente Eurocopa para darse cuenta de ello.

Coincide también con un renacimiento de la presencia de la religión en la vida pública francesa. Un renacimiento que genera todo tipo de sorpresas entre los periodistas y académicos franceses que no salen de su asombro, como lo evidencia esta nota de Le Figaro en la que el autor se sorprende por la presencia de lo religioso en los tribunales franceses.

La visita de Benedicto XVI a Francia le ha servido también para tratar de sanar las heridas que, ya desde las épocas del arzobispo rebelde Marcel Lefebvre, generó el tradicionalismo católico en Francia y en comunidades francófonas de Suiza, Bélgica y Canadá. No en balde, el santo padre dedicó porciones de su mensaje ante los obispos franceses en Lourdes a explicar las razones que lo llevaron a “liberar” el uso del Propio de la misa publicado por Juan XXIII.

No sólo eso, aún cuando Benedicto XVI aprovechó el contexto político francés en el que se replantean los temas del alcance de la laicidad del Estado, lo hizo de manera en que quedó claro a los políticos franceses de las distintas corrientes y partidos, en por lo menos tres de sus intervenciones públicas, que a la Iglesia no le interesa disputar posiciones o funciones con el Estado francés, sino desarrollar lo que el papa llamó una "sana colaboración."

Esta fue, me parece, la parte más interesante de la visita de Benedicto XVI, pues dejó con un palmo de narices a los críticos de la Iglesia—que siempre abundan—que estaban interesados en ver al papa o a la Iglesia en Francia, o a ambos, caer seducidos por las insinuaciones de Sarkozy y algunos de sus ministros acerca de la necesidad de poner límites al “laicismo extremista.” Así la calificó la secretaria de Estado para la ecología y el medio ambiente, Nathalie Kosciusko-Morizet, quien habló de la necesidad, según el argumento de la administración Sarkozy, de desarrollar, más bien, un “laicismo positivo,” un laicismo que, a decir de la señora ministra, “acepte el papel social de la religión,” según declaró al muy comunista (y laico y ateo) diario parisino Libération.


A pesar de las condiciones aparentemente favorables para que la Iglesia buscara rehacerse de un espacio en el aparato público francés, Benedicto XVI pronunció ante los obispos franceses un mensaje impecable, en el que se evidenció no sólo su sensibilidad como pastor, sino su profundo conocimiento de la historia de las relaciones entre la Iglesia y los estados europeos.

En el hemiciclo a santa Bernardita, que forma parte del santuario de Nuestra Señora de Lourdes, el papa dejó en claro que a la Iglesia no le interesa reivindicar el papel del Estado y que respeta la solución “original” dada por los franceses a la relación Iglesia-Estado.

El discurso ante los obispos y todos los documentos de la visita de Benedicto XVI a Francia, por cierto, estarán disponible en las próximas horas en el sitio de la Santa Sede.

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