martes, 2 de septiembre de 2008

El día que mi parroquia fue famosa

(Publicado originalmente el 1 de septiembre de 2008)

Decía el viejo refrán que a toda capillita le llega su fiestecita. La idea—desde luego—era que todos, eventualmente, tenemos la oportunidad de brillar en algún momento de nuestras vidas o al menos así fue como me lo explicó mi abuela. Tristemente, eso de brillar no siempre es para bien; muchas veces se brilla por las razones menos adecuadas o menos deseadas.

Eso fue lo que le pasó a mi parroquia, Santa Isabel Tola, muy cerca de la Basílica de Guadalupe y del metro Indios Verdes hace justamente una semana. El lunes 25 de agosto, de manera muy inusual, en la colonia se empezaron a escuchar repiques de campanas y la explosión de cohetes, de la manera en que se hace cuando se celebra la fiesta patronal a principios de julio de cada año (la patrona es santa Isabel de Portugal).

Los repiques y los cohetes, sin embargo, no eran para invitar a los vecinos a los excesos típicos de las fiestas patronales en Santa Isabel o en cualquier otro lugar, de los cuales hace muchísimos años que no participo ni me interesa participar, sino para informarles que la nave principal del templo, había sido saqueada.

A nadie debería haberle sorprendido que así hubiera ocurrido. Ya antes se habían robado el óleo con el retrato de santa Isabel de Portugal que ocupaba el cuadrante principal del retablo virreinal con el que Santa Isabel estaba adornada, pero como a mis vecinos lo que les importa es tener fiesta patronal cada año y eso del arte virreinal no les interesa mayor cosa, pues dejaron las cosas como estaban.

Y cuando digo como estaban me refiero a que era muy fácil entrar sin llaves a la nave de la parroquia. Bastaba llegar con alguna escalera a la azotea y bajar por el campanario para entrar por el coro. Una vez ahí, bastaba una cuerda con nudos o algo parecido para bajar a la nave.

Recuerdo incluso que cuando fui editor de la Sección Metropolitana de Excélsior tuve la idea de dedicarle uno o varios reportajes a Santa Isabel y otros templos del norte de la Ciudad de México que además de antiguos y de nunca recibir la menor atención de los medios o de las autoridades civiles o eclesiásticas, eran recordatorios de lo que había sido la primera evangelización en el valle de México.



Desistí de hacerlo cuando me dí cuenta, justamente, de lo fácil que era entrar a muchos de estos templos, la mayoría de ellos brutalmente descuidados por los vecinos y por las autoridades civiles y eclesiásticas y me dediqué a escribir de otras cosas.

Ya para entonces sabía yo del robo de arte religioso mexicano, como lo sabe cualquier persona que haya ido un fin de semana a La Lagunilla o a la Zona Rosa, y de la manera en que en esos lugares se trafica justamente con este tipo de arte y donde, estoy seguro, en muy poco tiempo, van a aparecer los óleos de san Francisco y santa Clara de Asís (el templo fue originalmente construido por los franciscanos), y los de Juan Bautista y san José.


No sé a cuanto haya ascendido el monto de lo robado, pues la verdad es que me duele demasiado esto como para ponerme a averiguarlo, pero estoy seguro que en el mercado negro del arte colonial esas pinturas alcanzarán cifras impresionantes, pues muchas de ellas eran incluso de finales del siglo XVII (el templo fue originalmente construido en 1570).

Es una tragedia que así sea, porque a final de cuentas la irresponsabilidad de las autoridades del Distrito Federal (similar a las de cualquier otra entidad del país, por cierto), en este tipo de temas, aunada a la propia irresponsabilidad de los vecinos y feligreses de estos y otros templos del DF y otras entidades, terminan por cercenar cualquier esperanza de conservar este tipo de arte que, por cierto, se encontraba ya desde que yo ayudaba cada domingo en mi parroquia, en un estado lamentable.

Debo decirlo con todo el dolor que corresponde, que incluso quien fue mi párroco durante muchos años contribuyó a esta situación lamentable. Es cierto que él se sostuvo en esa posición (oficialmente el cargo era el de vicario ecónomo de Santa Isabel Tola), contra viento y marea, pero también es cierto que, por ejemplo, tiró—sin el menor cuidado o respeto—un órgano colonial de madera con el que Santa Isabel Tola contó. Lo arrumbó, expuesto al sol y a la lluvia en lo que alguna vez se pensó que iba a ser el nuevo templo y salón parroquial de Santa Isabel. No sólo eso, algo similar hizo con varios misales y otros libros sagrados que estaban en custodia de la parroquia.

Las autoridades civiles son, en estos asuntos, como un pulpo idiota, como Manotas, el personaje de Hannah-Barbera que de cuando en cuando aparece ahora en el Cartoon Network. Tienen muchos tentáculos, mucho poder, pero a final de cuentas lo usan para las peores cosas imaginables.

Desde aquellos años en que yo ayudaba cada domingo (estoy hablando de finales de los ochenta y principios de los noventa), se cumplieron con todos los informes a la entonces Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología, que ahora se ha desdoblado en la Secretaría de Desarrollo Social y el Instituto de Ecología, y al Instituto Nacional de Antropología e Historia.



El templo quedó formalmente incorporado al patrimonio artístico, etc., etc., pero como—obviamente—proteger bienes de este tipo no le gana votos ni a priístas, ni a perredistas ni a los panistas (demasiado preocupados—por cierto—porque no los vean como mochos), entonces la protección del patrimonio artístico se convierte en una proposición imposible e incluso indeseable, que invariablemente será relegada a los últimos lugares en las listas de prioridades.

En lo que hace a los vecinos, el nivel de irresponsabilidad es igual o peor que el de las autoridades eclesiásticas y civiles. Para comprar para fuegos artificiales siempre hay dinero.

Después de todo hay un número suficiente de complicidades como para que este negocio siga intocado; pero para cualquier otro proyecto para beneficio de la parroquia no lo hay ni en épocas de jauja: los pleitos, el infantilismo, la irresponsabilidad y la corrupción no tienen límites y hace imposible cualquier acuerdo que no sean los que tienen que ver con la infantil compra de cohetes y cohetones, de manera que no tendría que sorprender a nadie que la seguridad fuera virtualmente inexistente en Santa Isabel como en los hechos lo es en prácticamente cualquier templo de México.

Qué lástima que se hayan robado los once o doce lienzos que quedaban en el retablo de mi parroquia. Por cierto, como es de suponerse, el mismo día del atraco y al día siguiente, distintos medios de comunicación de la Ciudad de México dedicaron algunos de sus espacios a comentar lo que había ocurrído.

Esta situación, desde luego, está íntimamente vinculada con la manifestación que apenas el sábado 30 de agosto se hizo en el DF por el clima de inseguridad que se padece en todo el país ,situación para la cual, las respuestas siguen siendo pobres, por decir lo menos...

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

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