lunes, 17 de noviembre de 2008

Dorothy Day, 101 años después


Hace unos días presenté aquí algunas líneas sobre la hermana Emmanuelle, una de las figuras más atractivas del catolicismo francés y francófono. En esta ocasión presento un brevísimo esbozo de la vida de otra mujer que dedicó su vida al servicio de los otros y que, como la hermana Emmanuelle, refleja tanto las grandes preocupaciones que marcaron a una generación, como el tipo de respuestas que la Iglesia fue capaz de articular a partir de las intuiciones, de los principios que ofrece la doctrina social cristiana.

Dorothy Day nació en Brooklyn, Nueva York, el ocho de noviembre de 1907 y murió en Manhattan, el 29 de noviembre de 1980. Como la hermana Emmanuelle, le tocó vivir el periodo más difícil y doloroso de la Gran Depresión de 1929, aunque ella no creció en una familia católica.

En este sentido, su conversión ofrece una imagen más completa y compleja tanto de lo que fueron aquellos años de brutal crisis económica, como también de las respuestas que la Iglesia ofreció en esos contextos y que, no en balde, ha sido identificada en Estados Unidos como “el momento católico,” un periodo que va de la década de los treinta a la de los sesenta del siglo XX.

El periodo se define como “el momento católico,” justamente por la capacidad que tuvo la Iglesia para irradiar, desde distintos ámbitos, la vida pública de Estados Unidos y coincide, por una parte, con el inicio de la Gran Depresión de 1929 y con la llegada y eventual asesinato de quien ha sido hasta ahora el único presidente católico de ese país, John F. Kennedy.

A decir de Charles Morris, de The New York Times, este periodo tuvo su particular “sabor católico” en Estados Unidos gracias a varios factores que incluyeron desde exitosas cintas que alcanzaron incluso el Óscar, como Siguiendo mi camino, de 1944; Las campanas de Santa María, de 1946; y Nido de ratas, de 1954, entre otras muchas que evidenciaban la capacidad de la Iglesia para incidir en el ámbito de lo social.

Por ejemplo, las dos primeras presentan a Bing Crosby en el papel de un sacerdote católico involucrado en la educación de jóvenes de distintas clases sociales (en la primera incluso participa con Ingrid Bergman, en el papel de una religiosa, en una suerte de competencia para mejorar las instalaciones de una escuela). La tercera, en cambio, presenta a Karl Madden en el papel de un sacerdote que trabaja con empleados de un muelle en el que priva la corrupción y el abuso.

Sin embargo, es importante señalar que este “momento católico” no era el resultado sólo del interés que Hollywood pudiera haber tenido en presentar a lo católico como una práctica cargada de simbolismo que la hacía estéticamente atractiva, sino que refleja más bien la capacidad de la Iglesia católica de Estados Unidos para actuar en distintos ámbitos y atraer a su seno no sólo a los hijos de los inmigrantes católicos llegados de Italia o América Latina, sino para atraer también a otros grupos.

Entre esos otros que la Iglesia supo atraer a su seno están, además de Dorothy Day, personajes como el cardenal Avery Dulles, quien nació en una familia de la élite política e intelectual presbiteriana de Estados Unidos (es hijo de John Foster Dulles, secretario de Estado del gobierno de Dwight Eisenhower) y, sin embargo, optó por convertirse al catolicismo.

Está también el padre Thomas Merton, otra figura que, luego de un complejo proceso de encuentro y conocimiento de sí mismo, pasó del anglicanismo al catolicismo.

Dorothy Day se hizo católica en 1927, poco antes del inicio de la depresión, sin haber nacido en una familia de católicos y luego de ser madre soltera, de haberse sometido a un aborto y de haber participado en algunos de los movimientos pacifistas de su época.

De hecho, ella no perdería su cercanía con distintas causas “radicales,” especialmente las que tenían que ver con la defensa de los derechos humanos y el pacifismo. Fue por su participación en esos movimientos, antes y después de su conversión al catolicismo, que Dorothy Day fue encarcelada en diferentes ocasiones.

Sin embargo, la obra a la que dedicó su pasión fue la de las Casas de Hospitalidad (Hospitality Houses) y el Trabajador católico (Catholic Worker), una revista en la que Day y otros católicos del noreste de Estados Unidos han promovido en los últimos 70 años la doctrina social de la Iglesia y del que se desprendió el Movimiento de Trabajadores Católicos (Catholic Workers Movement, sitio en inglés aquí), una organización que ha cumplido en 2008 su 75 aniversario y que agrupa a sindicalistas y trabajadores interesados en promover los valores y principios de la doctrina social en el mundo del trabajo.

Durante los cuarenta, los cincuenta y los sesenta, con motivo de la segunda Guerra Mundial, la guerra de Corea, la guerra de Vietnam y la Guerra Fría, Dorothy Day se mantuvo como una presencia activa, inteligente y desafiante para quienes—desde el poder—trataban de encontrar soluciones a los problemas de la convivencia internacional por medio de la guerra.

En este sentido, fueron notables sus esfuerzos por no participar en los simulacros colectivos que se organizaban en Nueva York y otras ciudades de Estados Unidos en los cincuenta y sesenta. Estos simulacros trataban de preparar a las personas ante la eventualidad de un ataque nuclear.

Su negativa a participar en esos actos, explicaba en su momento Dorothy Day, no era por menosprecio de la vida humana, sino porque buscaba socavar las bases de ese tipo de actividades, la más importante de las cuales era la del temor que se infundía a las personas, y que servía para cometer distintos tipos de abusos.

De igual modo, Dorothy Day participó en 1963 en un ayuno colectivo de diez días con otras mujeres, en Roma, para llamar la atención del Concilio Vaticano II sobre el peligro de la guerra nuclear.

Cuando presentó la causa de beatificación de Dorothy Day, el 16 de noviembre de 2000, el ya difunto cardenal John O’Connor de Nueva York resumió así las razones de su interés en que la Iglesia universal reconociera a esta mujer como una santa:

He sometido los escritos de Dorothy Day luego de su conversión a una revisión cuidadosa de un dogmatista, un moralista y un canonista. Todos ellos me aseguran que sus escritos se encuentran en completa fidelidad con la Iglesia. Más aún, frecuentemente cito sus escritos en mis propios escritos y homilías. Recibo aún cartas en las que quienes la conocieron gracias a mis propios esfuerzos y quienes la conocieron bien, expresan su alegría por el apoyo que he dado a su causa. Muchas cartas piden que considere la proposición de su causa de beatificación ante la Santa Sede. Por ello, en mi posición como arzobispo de Nueva York, creo en mi responsabilidad de promover esta causa. En muchos sentidos, es un movimiento “de las bases” el que pide que se reconozca a Dorothy Day como santa de la Iglesia. Le aseguro a Su Excelencia (pro-prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos) que existe un número importante de seguidores quienes esperan la decisión de la Santa Sede de considerar esta causa. Por ello, le pido me permita iniciar los pasos necesarios para que se considere la causa de beatificación de Dorothy Day.
(Traducción no-oficial del inglés de Rodolfo Soriano Núñez; más información en inglés en el sitio que promueve la causa de beatificación de Dorothy Day aquí).
Es importante destacar que, a pesar de la aparente distancia que existe en México respecto de las obras de Dorothy Day, una de ellas, las Casas de Hospitalidad, han dado vida a iniciativas que son cercanas a nosotros.

La más importante de todas son las Casas Juan Diego, una red de casas de asistencia para los inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos, en las que reciben distintos tipos de ayuda en su largo y difícil camino en ese país.

Esta red, por cierto, continúa una relación entre Dorothy Day y las organizaciones de latinos en Estados Unidos que inició en los sesenta cuando Day entró en contacto con César Chávez, el más importante líder de los trabajadores hispanos de ese país.

Además, es una figura central para distintos centros y agrupaciones de menor peso, como el Centro Dorothy Day de la diócesis de Oklahoma (sitio en inglés aquí), en los que se ofrecen servicios a otros grupos de personas necesitadas.

Conviene destacar también que, como en el caso de la hermana Emmanuelle, Dorothy Day fue una prolífica autora, con ocho libros y más de mil artículos de fondo y/o ensayos publicados en distintos medios de comunicación de EU, en los que era posible apreciar no sólo la vehemencia de sus convicciones, sino también la profunda fidelidad a la doctrina social de la Iglesia.

Por cierto, la Santa Sede aprobó en 2000 el inicio del proceso de beatificación de Dorothy Day y continúa. De igual modo, existe una cinta sobre la vida de Dorothy Day protagonizada por Moira Kelly. Desconozco si existen versiones dobladas o subtituladas en México.

El título original en inglés es Entertaining Angels: The Dorothy Day Story. En España se dio a conocer una versión de esta cinta de 1996 con el título La fuerza de un ángel, en 1998.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Pío XII, Iglesia, memoria y responsabilidad


En fechas recientes, uno de los debates que ocurren en distintos medios de comunicación en Europa y Estados Unidos, es el de los reparos que algunos grupos dentro de las comunidades judías de Israel, Estados Unidos y Europa han expresado a la posibilidad de que la Iglesia canonice al papa Pío XII.

En distintos momentos durante la semana pasada, aparecieron fotografías de archivo de la época de Eugenio Pacelli, como secretario de Estado del Vaticano, al abandonar alguna oficina del gobierno nazi de Alemania. En las fotografías, un soldado nazi saluda con su arma al entonces cardenal Pacelli, lo que genera una imagen de falsa familiaridad entre la Iglesia representada por uno de sus más importantes jerarcas de la época, y un soldado—acaso de tropas de élite—de uno de los regímenes totalitarios más brutales de la historia.

El hecho que objetivamente la foto corresponde a un momento en el que El Vaticano logró un acuerdo con la Alemania nazi, expresado en el concordato de julio 20 de 1933, abre un frente más severo a las críticas contra Pío XII. Lo que no se observa, desde luego, si uno se fía demasiado de los criterios a partir de los cuales los medios construyen sus notas, es que aún cuando efectivamente El Vaticano signó el concordato, éste representaba una solución medianamente civilizada a un conflicto con el régimen nacionalsocialista, pero no le daba a la Iglesia católica ventaja alguna sobre otras confesiones cristianas arraigadas en Alemania, como el luteranismo o el calvinismo.

No sólo eso, ocurre luego de la promulgación, por Pío XI, de una muy severa condena del nacionalsocialismo, del diseño institucional que lo hizo posible, pero—sobre todo—de los principios filosóficos que lo animaban. La condena, presentada en alemán bajo del título de Con viva preocupación… (Mit brenender sörge), es un texto obligado para comprender el alcance de la crítica de la Iglesia, así como algunas de las decisiones tomadas por El Vaticano en su relación tanto con el régimen nacionalsocialista alemán, como con el régimen fascista italiano y con el régimen nacionalrevolucionario en México.

Es cierto, hay diferencias abismales entre el nacionalsocialismo y cualquiera de los otros dos regímenes mencionados, pero el hecho que Pío XI, movido en buena medida por los reportes que recibía de la diplomacia vaticana, encabezada por el entonces cardenal Pacelli, publicara encíclicas en alemán, italiano y español, para abordar problemas específicos, concretos, de las tres naciones en ese mismo periodo, es evidencia de la magnitud de la preocupación de los pontífices.

El problema, me parece, es que, además de que no existe una opinión única entre las comunidades judías, las críticas que formulan algunos de sus miembros, se dirigen a una figura en particular, en este caso Pío XII, antes y después de ser electo papa, como taquigrafía de una crítica que debería dirigirse, más bien, contra la Europa de los veinte y los treinta del siglo XX que de manera más bien pasiva atestiguó el ascenso político de Adolf Hitler sin las precauciones necesarias.

En el caso de la Iglesia católica, la crítica tendría que dirigirse más bien contra los laicos de la época que no supieron escuchar atentamente las críticas y advertencias lanzadas por Pío XI y por su secretario de Estado, Eugenio Pacelli. No sólo eso; tendrían que incluir a los fieles de otras denominaciones cristianas que también fueron testigos pasivos de los excesos del nacionalsocialismo, no sólo en Alemania, sino en Austria, Italia, Francia e incluso algunas regiones de Estados Unidos.

No sólo eso; creo, en este sentido, que la crítica tendría que incluir también a las propias comunidades judías de Alemania y de otras naciones de Europa central y oriental que, durante buena parte del siglo XIX y las primeras décadas del XX no dudaron en renunciar a su propia identidad como mecanismo para integrarse a la Prusia de Bismarck, al imperio austrohúngaro de los Habsburgo, e incluso a la Francia laicizante de finales del XIX con un entusiasmo digno de mejor causa.

Insistir en que el holocausto, la Shoa, fue sólo o preponderantemente la responsabilidad de líderes políticos y religiosos, dispuestos—en mayor o menor medida—a criticar o no los excesos del nacionalsocialismo, es perder de vista las condiciones mismas de la aparición del nazismo como fenómeno.

Pero además, en el caso concreto de Pío XII, quienes insisten en responsabilizarlo por"no haber hecho suficiente," pierden de vista el problema de las limitaciones objetivas que él enfrentó tanto en su gestión como secretario de Estado de la Santa Sede, como Eugenio Pacelli, como las que enfrentó como romano pontífice.

En ambos casos, lo que han demostrado distintas investigaciones hechas en los archivos de la Santa Sede, del Departamento de Estado de Estados Unidos y de otros gobiernos, es que él, ni como secretario de Estado, ni como Papa, tuvo empacho en criticar a Adolf Hitler, ni lo tuvo tampoco para criticar y condenar las actitudes de los nazis.

Por ejemplo, el 28 de abril de 1935, el entonces Cardenal Pacelli, pronunció en el Santuario de Lourdes en Francia, un mensaje ante cerca de 250 mil personas, en el que señaló, de manera inequívoca, que los nazis eran...

...en realidad sólo miserables plagiarios quienes adornan viejos errores con nuevos ropajes. No importa si apoyan las ideas de la revolución social, si se guían por un falso concepto del mundo y de la vida, o si están poseídos por las supersticiones de la raza y el culto a la sangre.

La cuestión no es sólo académica, ni tiene que ver sólo con el destino que pudiera tener o no la causa de canonización de Pío XII, sino que nos compete a los católicos ahora mismo, pues—como en tiempos de Pío XI y Eugenio Pacelli—ahora muchos jerarcas, incluido el papa Benedicto XVI, alzan su voz contra los excesos que se cometen ahora mismo contra distintos grupos, sin que haya la respuesta inteligente, articulada y seria de los católicos.

En este sentido, es necesario reconocer que Pío XII supo dar, en el momento en que era necesario, el testimonio que se esperaba de él como cardenal o como sucesor de Pedro y que quienes no estuvieron a la altura de las circunstancias, incluso en México, fueron los laicos de la época.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

lunes, 3 de noviembre de 2008

La ruta del cisma

A mediados de este año, cuando uno podría pensar que este tipo de recursos ya no resultarían atractivos para nadie, se hizo pública en Venezuela, la decisión de un grupo de personas de darle vida a lo que ellos llaman la iglesia católica reformada de Venezuela.

El grupo, que ha dado vida a esta organización lo integran varios exsacerdotes católicos y exministros de distintas iglesias protestantes históricas. Las únicas cosas que los unen son, por cierto, su simpatía profunda por el gobierno de Hugo Chávez y las críticas, una más irracional que la próxima, a la Iglesia católica.


En su lenguaje, además, se encuentran algunos de los lugares comunes de experiencias similares (“iglesias” creadas desde el poder con el propósito de lastimar a la Iglesia católica), cuyo primer ejemplo--el del primer anglicanismo de Enrique VIII--es, hasta ahora, la fuente de inspiración.

Claro está, la diferencia fundamental es que luego de las experiencias anglicana y de algunas otras iglesias nacionales (como las de los países escandinavos), el recurso es cada vez menos espectacular y rinde, además, menos resultados de los que sus promotores esperan.

A pesar de ello, no deja de llamar la atención la manera en que los promotores de esta nueva iglesia no duden en presentar casi en el mismo plan lo “bolivariano” de su invención, con las raíces cristianas que invoca en una mezcla que, para cualquiera que conozca la experiencia de Venezuela en años recientes, no puede sino mover a sospecha.

Si uno considera experiencias similares ocurridas en el siglo XX en México (la iglesia del “patriarca Pérez,” por ejemplo, en Brasil o en China), cualquiera tendría que desconfiar de la pertinencia de una decisión de gobierno de apoyar, así fuera sólo de manera declarativa, a grupos que, además de su escasa vinculación con las estructuras sociales reales, se han distinguido fundamentalmente por ser incapaces de crecer, de desarrollar una mayor o más activa presencia en las sociedades en las que han surgido y por ser, más bien, apéndices de las estructuras del gobierno que las crea o las patrocina.

En los casos europeos, los más antiguos, la situación ha terminado por generar paradojas como las de los intentos que ya desde la década de los setenta, ocurren en Inglaterra y los países escandinavos, para “lograr” una efectiva separación de la Iglesia del Estado que, sin embargo, se ha enfrentado a la negativa de algunos grupos a que se rompan los profundos vínculos legales y presupuestales entre las iglesias y los estados.

En los casos latinoamericanos en que han ocurrido este tipo de procesos de creación de iglesias “dóciles” a los intereses del Estado, la situación es más difícil de comprender aún. Al ver el caso de México, uno no puede sino sorprenderse que los restos de este tipo de experimentos cismáticos sean, a la vuelta de los años, luego de su rechazo a la autoridad de Roma, quienes se quieren presentar (por el uso del latín en algunas de sus ceremonias) como los representantes de las tradiciones del catolicismo mexicano.

No sólo eso. Obviamente en el caso de la “iglesia” creada por el "patriarca" Pérez no hay información suficiente acerca de los montos de los recursos que el gobierno les entregó para sostenerlas, pero es claro que sin esos recursos (que en algunos casos involucraron también la violencia para hacerse del control de algunos templos), estas iglesias no hubieran sobrevivido.

No es, por cierto, el primer caso de una iglesia creada desde las estructuras del poder político en Venezuela para tratar de lastimar o afectar las actividades del catolicismo en ese país. Ya en la década de los cuarenta, cuando Venezuela era gobernada por una dictadura militar, se creó otra iglesia con propósitos similares a la que nos ocupa.

En el caso de Venezuela no ha habido despojos de templos, ni violencia patrocinada o tolerada desde las estructuras del Estado, pero lo que sí hay claramente es una fuerte desconfianza a las razones y los métodos seguidos tanto por el gobierno de Hugo Chávez como por grupos separatistas de la Iglesia anglicana, a disgusto con el carácter “liberal” de la iglesia anglicana de nuestros días, quienes no dudaron en prestar su apoyo para la consagración de los “obispos” de esta iglesia católica reformada de Venezuela.

Es importante destacar, a pesar de lo anterior, que la Iglesia anglicana y su rama estadunidense, la Iglesia episcopaliana, no reconocen a los grupos de conservadores anglicanos que participaron en la creación de la iglesia cismática venezolana y no reconocen, tampoco, a quienes fueron consagrados así como obispos.

Como sea, es interesante considerar este caso por varias razones. La primera es el hecho mismo que desde el gobierno venezolano se le promueva. Deja ver que a pesar del desdén con el que los grupos latinoamericanos más liberales enfrentan la realidad de la práctica de la religión, el hecho es que también la ven como un espacio clave para la formación de las identidades sociales.

La segunda tiene que ver con el contexto en el que ha ocurrido esta creación. A diferencia de México a principios del siglo XX donde había un conflicto abierto entre el gobierno y la jerarquía católica, en el caso de Venezuela el conflicto es, en el mejor de los casos, velado; ocurre luego de que Hugo Chávez fuera derrotado en el refrendo constitucional que buscaba centralizar, todavía más, el poder del ejecutivo venezolano y, sobre todo, ocurre en Zulía, uno de los estados petroleros de Venezuela.

Ello hizo que, ya desde agosto de 2008, cuando The New York Times dio a conocer la creación de este grupo el corresponsal de ese diario en América del sur, se preguntara acerca de las relaciones entre los dirigentes de esta iglesia y representantes del gobierno nacional venezolano y que implícitamente cuestionara la legitimidad de una organización religiosa que nace para apoyar los propósitos de un gobierno.

Y es cierto, las iglesias tienen el derecho de expresar libremente sus preferencias incluso en el ámbito de la política, pero a un observador cuidadoso del desempeño tanto del Estado como de las iglesias, no deja de resultarle preocupante que el gobierno de Chávez (como podría ser el caso de cualquier otro gobierno), lejos de afirmar el principio de la separación del Estado y las iglesias, promueva--más bien--la supremacía del primero sobre las segundas, es decir, la colonización de lo religioso por la política.

Conviene destacar, por cierto, que en el proyecto de esta iglesia reformada venezolana es posible encontrar también muchos de los visos de activismo pan-latinoamericano que distinguen en otros ámbitos al gobierno de Hugo Chávez, por lo que no sería de sorprenderse que la renta petrolera venezolana, aunque disminuida por los recientes ajustes al precio del hidrocarburo, sirviera para promover este otro aspecto del ambicioso proyecto chavista.