lunes, 8 de septiembre de 2008

Religión y política, imágenes del mundo

La religión y la política tienen entre sí profundos vasos comunicantes. Se trata de una relación que causa, por distintas razones, todo tipo de airadas reacciones tanto en México como en otros países del mundo.

En lo personal, creo que no hay manera de evitar que ambas estén profundamente vinculadas. Es una relación que cambia constantemente en la medida que tanto la política como las distintas formas y variedades de la religión buscan dar una respuesta a los problemas que los humanos enfrentamos tanto en la interacción con otros, como en la propia construcción y reconstrucción de nuestra personalidad, gustos, intereses, aficiones y animadversiones.

Pensar, como se hizo en Francia, en México y en otros países en los siglos XIX y XX, incluso por medios violentos, que era posible eliminar lo religioso como una dimensión relevante de la interacción humana en la esfera de lo público, sólo causó más tensiones de las que pretendía resolver. Por ello, en esta ocasión se me ocurrió que sería interesante observar tres casos que dejan ver claramente algunas de las aristas de esta compleja, fascinante relación.

Sarah Palin: religión y
postfeminismo en Estados Unidos
Fuera de Alaska pocos sabían, hasta antes del viernes 29 de agosto, quién era Sarah Palin. Ese día, unas horas después de que la convención del Partido Demócrata de Estados Unidos concluyera, con un aire de triunfalismo inusual en ese partido (por primer vez en su historia tiene más dinero que los republicanos para la campaña presidencial en curso), John McCain, el senador republicano de Arizona, presentó a Sarah Palin, la gobernadora de Alaska, como su compañera de fórmula.

El efecto del golpe dado por McCain no tardó en sentirse a todo lo largo de EU y en el mundo y ha logrado mantenerse en los últimos diez días, sin que haya signos que pudieran anunciar algún cambio. Muy por el contrario; el hecho que Palin sea una virtual desconocida, con puntos de vista que contradicen muchas de las “verdades” oficiales de la política en su país, ha terminado por hacer inevitable hablar de ella y del tipo de cristianismo que ella representa.

No es sólo morbo o curiosidad y no es sólo el hecho que sea una mujer muy bella. La candidatura de Palin refleja el agotamiento de una manera de entender el feminismo como patrimonio exclusivo de grupos que promueven agresivamente el aborto, especialmente el aborto eugenésico (el que busca eliminar, antes de que nazcan, a personas con enfermedades como el síndrome de Down) y que—a pesar de lo mucho que hablan del respeto al derecho de las mujeres a decidir sobre cuestiones de maternidad—cuestionan o ponen en tela de duda su capacidad para cumplir con sus responsabilidades como candidata y eventualmente como vicepresidenta de Estados Unidos.


Sarah Palin, en este sentido, ha venido a poner al feminismo de cabeza y ha evidenciado algunas de las más profundas debilidades del tipo de política que promueve el Partido Demócrata en Estados Unidos. Ello no quiere decir que resuelva de plano las contradicciones que marcan también al Partido Republicano; muy por el contrario. Pero, al forzarnos a observar la política estadunidense, desde un ángulo distinto, enriquece la discusión acerca de las relaciones entre política, religión y género.

Esté uno de acuerdo o no con la política que, para mal, ha impulsado el gobierno de George Bush en los últimos ocho años, es inevitable apreciar el valor de una mujer que, por sus convicciones, decidió no abortar a su hijo (ella sabía que tenía síndrome de Down) y aceptó el reto de ser madre y gobernadora y, más recientemente, madre y candidata a la vicepresidencia de su país.

Su decisión hará que estos y otros asuntos en los que la relación entre religión y política es evidente se discutan y, sin importar si gana o no la elección, ello permitirá que muchos, hombres y mujeres, feministas o no, piensen una vez más, a partir de la nueva realidad creada por su participación en la vida pública, los criterios que definen los límites de la participación de la mujer en la vida pública y los criterios a partir de los cuales defendemos o no los derechos humanos, incluidos los derechos de quienes están aún en el vientre de su madre.

Francia, Benedicto XVI
y la dianética
Este próximo fin de semana, el 12 de septiembre, su santidad Benedicto XVI iniciará un viaje apostólico a Francia para celebrar los 150 años de las apariciones de Lourdes. El papa desahogará su agenda a lo largo de tres días (puede leerse el programa de la visita aquí), en los que celebrará once actividades públicas que van, por cierto, desde el encuentro con el presidente Nicolás Sarkozy, y otros con representantes de distintos círculos de la vida pública francesa y de la Iglesia en Francia, hasta las actividades en el santuario de Lourdes. Durante la semana en curso, publicaré más materiales aquí en Atrio sobre la visita del papa a Francia.

La visita del pontífice a Francia ocurrirá, por cierto, en un contexto marcado por la sarkozymanía que afecta a Francia en estos días (hay reportes de terapeutas y psicoanalistas franceses preocupados por las obsesiones que Sarko, como la prensa gala lo llama, genera en muchos de sus gobernados) y en el que, además, el Estado francés tendrá que decidir—parcial o totalmente—el futuro de la cienciología-dianética en aquel país.

Francia no es el único país en el que la cienciología-dianética están en el banquillo de los acusados. A todo lo largo del año pasado y los primeros meses de este, Alemania vivió un intenso debate similar, aunque afectado por un par de hechos.

El primero, que la cienciología ha estado sujeta a una serie de investigaciones conducidas por el gobierno alemán por los abusos cometidos por los reclutadores y dirigentes de esa organización, que hacen que muchas personas pierdan su patrimonio personal o familiar, pues “optan” por entregarlo a la iglesia en que participan.

Estas prácticas fueron suficientes para que Alemania prácticamente impusiera severos controles sobre las actividades de la cienciología-dianética en su territorio. Como consecuencia varios miembros de esa organización intentaron—sin éxito—demandar al gobierno alemán en tribunales de ese país y otras naciones.

Esta discusión, suficientemente interesante por sí misma, se combinó con la batahola que generó la decisión del actor estadunidense Tom Cruise, uno de los más connotados seguidores de la cienciología, de producir un filme basado en la vida de Claus von Stauffenberg uno de los militares alemanes que—cuando era claro que el régimen nazi no tenía futuro—conspiraron sin éxito para asesinar a Adolf Hitler y algunos de sus allegados.

El complot fracasó y Von Stauffemberg (en la foto de la izquierda, el día anterior al atentado), junto con otras personas, fue ejecutado luego de un juicio sumario, el 21 de julio de 1944. Como resultado de su participación y muerte en el complot para asesinar al dictador, el militar y noble prusiano se convirtió en uno de los héroes primero de la República Federal Alemana y, posteriormente, de la Alemania reunificada (aquí puede leerse más información sobre el filme, titulado Valkyrie, aunque está en inglés).

La animadversión a Cruise por sus vínculos con la cienciología, se agravó luego de que el actor protagonizara una serie de apariciones en distintos medios de comunicación en EU en los que, además de defender a capa y espada a la cienciología, condenó con una vehemencia digna de mejor causa a la medicina en general y a la psiquiatría en particular, y ha llevado a que incluso los herederos de Von Stauffenberg condenaran la cinta de Cruise incluso antes de que se realizara y a que el ministerio de la Defensa de Alemania le negara a Cruise permisos para filmar en sitios históricos al cuidado de esa dependencia.

Los arrebatos de Cruise, llevaron incluso a que los estudios Universal dieran por terminada su relación laboral con el actor, aunque—y esto es necesario decirlo también—sirvieron también para que algunas celebridades de Hollywood, como Steven Spielberg, expresaron su rechazo a lo que presentaron como una censura de las convicciones religiosas de Cruise.

La crítica de Cruise a la medicina formal y su defensa de la cienciología resultan más interesantes cuando se considera que en Francia uno de los cargos a los que se enfrenta el así llamado Celebrity Centre o Centro de la celebridad, una de las estructuras que la cienciología francesa ha creado para ganarse adeptos, está acusada—entre otras cosas—de vender ilegalmente píldoras que los propios miembros de la cienciología-dianética preparan para su consumo.

Claro está, no es esa la única razón por la que están en los tribunales. Estas incluyen distintos cargos levantados por exmiembros de la cienciología-dianética, quienes consideran que fueron robados de su dinero—valiéndose de medios sutiles, por supuesto—luego de que fueron sometidos a algunas de las pruebas (como la del estrés), que esta organización ofrece como ganchos para reclutar futuros miembros.

Entre Jalisco y
Estados Unidos
El último asunto viene, tristemente, de México. Se trata de una nota publicada este lunes ocho de septiembre por La Jornada en la que el gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, cliente frecuente de distintos medios de la capital del país, vuelve a ser objeto de críticas por la manera, más bien irresponsable, en la que habría hablado con una cónsul del gobierno de Estados Unidos acerca del apoyo que supuestamente González Márquez tenía de “la Iglesia” para ganar en la elección en la que participó y ganó, por cierto, con un margen muy estrecho.

La Jornada, como es frecuente en ese diario, ha querido inflar la importancia de su “hallazgo,” pero es claro que el gobernador González Márquez, con sus excesos verbales, resulta un personaje difícil de defender incluso para quienes podemos ver bondades en algunas de sus propuestas.

El ahora gobernador se hizo—como candidato—un favor muy flaco a sí mismo al confiar así en la cónsul de Estados Unidos, Sandra J. Salmon, y al darle información que, de ser cierta tendría que guardar en reserva.

Lo peor es que en esto, como en otros asuntos, González Márquez fácilmente se convierte en blanco de críticas por sus excesos verbales. Resulta, por ejemplo, poco creíble que alguien en “la Iglesia” le haya garantizado el tipo de apoyos de los que él presumió en su encuentro con la cónsul, pues ya desde el número de sacerdotes que según él estarían involucrados en esa operación hay serios problemas.

Si efectivamente él hubiera contado con el apoyo de tres mil sacerdotes para su campaña, ello implicaría que contó con poco menos de una tercera parte de todos los sacerdotes disponibles en todo México y aún cuando Jalisco es una de las entidades con mejor relación entre fieles y sacerdotes, las diócesis que existen en ese estado no cuentan con ese número de sacerdotes.

No sólo eso, la afirmación, fantasiosa de González Márquez asume que hay alguien en “la Iglesia” que le puede ofrecer ese tipo de apoyos. Si alguien lo hubiera hecho sería alguien muy ignorante de lo que la Iglesia en México es, pues los presbíteros, se mueven con márgenes muy altos de autonomía y, en todo caso, no estarían obligados a participar en una campaña en la que se pretendiera poner el peso de “la Iglesia” detrás de un candidato.

Hacerlo, por cierto, sería más grave para la propia Iglesia pues implicaría que ella se hiciera responsable no sólo de la elección del candidato, sino de los errores o excesos que el gobernante cometiera.


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