lunes, 1 de septiembre de 2008

¿Por qué Atrio?

(Originalmente publicado el 18 de agosto de 2008 en imdosoc.org.mx)

El cristianismo nació como religión, como forma de vida, en los hogares de distintas comunidades del Mediterráneo. Por las características del clima, las actividades productivas y el tamaño de las familias, los hogares casi siempre albergaban a más de una generación y, además de las habitaciones, contaban con un espacio común, llamado atrio, casi siempre al centro de la construcción, en el que los miembros de las familias se reunían para realizar distintas actividades, tanto productivas como recreativas, en común.

El atrio era así, un espacio común, un lugar donde las personas se reunían y, en el caso de los primeros cristianos, era un espacio en el que ocurrían encuentros antes y después de las celebraciones de la cena del Señor.

Fue así como este diseño elemental, nacido de las necesidades mismas de las familias mediterráneas y también conocido como peristilo, sirvió como cuna para que el cristianismo pasara de ser una religión marginal a convertirse, primero, en un amplio movimiento social—en ocasiones perseguido—que cimbró las estructuras de por sí débiles del imperio romano y, después de las persecuciones, en la religión oficial del imperio.

Cuando, en el siglo IV de nuestra era, en Europa, Oriente medio y África aparecen, gracias a la protección dada al cristianismo, las primeras construcciones cristianas dedicadas de manera exclusiva al culto, el atrio se transforma de un espacio interior en los hogares que acogían la celebración de la eucaristía, en una zona de transición entre el espacio público pero sagrado y por ello reservado, de los templos, y el exterior, profano y caótico.

Durante la edad media, los atrios volvieron a ser espacios interiores (a la derecha) en los que las comunidades monásticas cistercienses y benedictinas, masculinas o femeninas, compartían su manera de vivir la fe con los laicos que rodeaban al monasterio.

Las murallas eran necesarias para garantizar la sobrevivencia del monasterio, el centro espiritual, intelectual y comercial por excelencia de la Edad Media, y de los grupos humanos que habitaban su interior y exteriores.

A finales de la edad media y durante todo el renacimiento las catedrales, monasterios, conventos y templos de distinta naturaleza, lo mismo que otros muchos edificios religiosos, integraron de distintas formas a los atrios como parte fundamental del diseño de los espacios religiosos y, de manera más general, como reflejo del papel que la religión debía desempeñar en esas sociedades.

Fue así que los atrios se convirtieron o integraron en grandes espacios monumentales, como ya desde muy temprano se hizo en el espacio ahora ocupado por la Plaza de San Pedro en Roma (a la izquierda), o según otras fórmulas de diseño urbano y arquitectónico que siempre reconocían la necesidad de contar con un espacio de transición que sirviera como compuerta, como aduana, entre el espacio reservado, sagrado y recogido del interior del templo en el que se celebraban los sacramentos y el despliegue de lo profano, lo público y lo caótico propio del exterior del templo.

Como ocurrió en los primeros quince siglos de la cristiandad en Europa, África y Oriente Medio, en México y otros países de América, los atrios se integraron como parte fundamental de la historia de la evangelización. En un primer momento, la necesidad de celebrar los sacramentos en espacios sin techo, dio vida a las llamadas “capillas pozas” que, como en el caso de la actual Basílica de Guadalupe, se confunden y mezclan con los atrios e incluso con otros espacios públicos, religiosos y civiles, expandiendo esta zona de transición, de contacto entre lo sagrado y lo profano.

En otros casos, los atrios fueron pensados claramente como espacios demarcados, distintos de los espacios civiles y profanos, como ocurre en las catedrales de México y Puebla (a la derecha) que, ya desde muy temprano, aparecen integrados con los zócalos de ambas ciudades, pero son claramente distinguibles de esos espacios, gracias a rejas, columnas y puertas que separan claramente un espacio del otro.


En otros casos, como en la Plaza de Santo Domingo en la Ciudad de México, el atrio del antiguo convento se integra con los edificios que ahora ocupan la Secretaría de Educación Pública y la antigua Facultad de Medicina de la UNAM, para dar vida a una plaza de proporciones monumentales, que podría ser la plaza mayor de muchas ciudades europeas y de América.

Otros atrios son pequeños, casi inexistentes, como el de la catedral de Saltillo, que apenas cuenta con unos cuantos metros cuadrados de espacio. Otros están integrados de manera casi continua con espacios civiles, como en la plaza que se encuentra frente a la catedral de San Cristóbal de Las Casas. Otros más forman parte de conjuntos arquitectónicos monumentales más amplios, pero separados de manera clara de los espacios civiles, como en la basílica de Zapopan, Jalisco, e incluso, en algunos casos, son atrios virtualmente inexistentes, pues se confunden con las calles de las grandes ciudades, como en la catedral de Guadalajara.

En cualquiera de los casos, monumentales o pequeños, los atrios son los espacios en los que los católicos nos reunimos antes y después de la misa, antes y después de los sacramentos. Son los lugares donde los bolos y el arroz se arrojan; los espacios en los que felicitamos a los novios o a los padres de los novios y en los que damos el pésame a las familias que sufren una pérdida. Son los espacios en los que los niños juegan, los jóvenes se enamoran y los adultos se encuentran.

Este espacio en la red se llama Atrio justamente porque se concibe como un ámbito de transición; un espacio distinto al de la oración, la celebración litúrgica o la reflexión sistemática centrada en torno a la doctrina social de la Iglesia, pero vinculado con esas y otras prácticas que distinguen y dan identidad a los laicos católicos.

Es un espacio que aspira a poner a consideración temas diversos: música, deportes, videojuegos, libros, cocina, arte, series de TV, películas, teatro, salud y la vida misma. La intención es dialogar, discernir los signos de los tiempos en las distintas actividades en las que los humanos participamos y, sobre todo, contribuir a construir una comunidad virtual activa y reflexiva en este espacio de la red.

Ojala que quienes se acerquen a este espacio encuentren algo que sea suficientemente interesante para hacer más grata su visita al sitio del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana.

Como otras bitácoras o blogs en la red, este espacio se renovará de manera regular, por lo menos una vez por semana, pero sin las limitaciones propias de los medios impresos. En la medida que los recursos tecnológicos del sitio en el que se alberga lo permitan, se incluirán fotografías, vídeos y los llamados “pod-casts,” en sus distintas variaciones.

Ojala que quienes se acercan regularmente a www.imdosoc.org.mx participen tan activamente como les sea posible en este diálogo y, sobre todo, que encuentren en Atrio un espacio en el que sus opiniones pueden ser compartidas con personas con intereses y puntos de vista similares.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

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