lunes, 2 de marzo de 2009

El peso de la razón


La última semana de febrero es, desde hace ya tres años, una ocasión dolorosa para las familias que perdieron padres, hermanos o hijos en la tragedia de la mina de Pasta de Conchos, ubicada cerca de Nueva Rosita, Coahuila, en febrero de 2006.

El 19 de febrero de ese año, cerca de las dos y media de la mañana, 65 mineros del tercer turno quedaron atrapados en uno de los túneles de la mina luego de que ocurriera una explosión a cerca de 500 metros de la superficie en un túnel horizontal de poco más de kilómetro y medio de extensión.

Cinco días después, el 24 de febrero de 2006, Grupo Minera México informó que suspendía la búsqueda de los posibles sobrevivientes o de los cuerpos de las víctimas pues, en opinión de sus técnicos, no existían las condiciones para continuar con las tareas de rescate.

Con motivo del tercer aniversario de esa tragedia, distintos medios de comunicación de la Ciudad de México dedicaron espacios o tiempos a explorar distintos aspectos de este hecho alentados, en buena medida, por la incertidumbre que rodea la situación jurídica del líder de los mineros, Napoleón Gómez Urrutia, y por la antipatía que generan las posiciones del Grupo Minero México, propiedad de Germán Larrea, ha sostenido a propósito de la muerte de los mineros.

Entre lo más importante de lo mucho que se publicó en la última semana de febrero en torno a este asunto destacan, sin lugar a dudas, las distintas intervenciones que tuvo el obispo de Saltillo, monseñor Raúl Vera López.

En todas y cada una de sus intervenciones, Vera evidenció no sólo la cercanía que tiene como pastor con los familiares de los deudos de Pasta de Conchos, sino—sobre todo—el compromiso que lo ha caracterizado en sus distintos encargos, primero como presbítero y miembro de la Orden de Predicadores de santo Domingo de Guzmán y, posteriormente, como obispo titular y coadjutor de distintas diócesis del país.

Monseñor Vera lo ha hecho así, por cierto, en un contexto sumamente adverso, en el que el apoyo de otros obispos mexicanos ha sido escaso o, por lo menos, no se ha manifestado públicamente o se ha confundido con alguno de los muchos debates relacionados, directa o indirectamente, con la tragedia de Pasta de Conchos.

Como sea, la voz de monseñor Vera es, en sí misma, sin importar si está sola o no, suficientemente poderosa y hay en ella tonos, variaciones, recuerdos, jirones, de las voces de otros obispos mexicanos y latinoamericanos que no han tenido empacho en alzar su voz en los momentos más difíciles.

Son jirones de las voces de monseñor Samuel Ruiz, con quien compartió la responsabilidad de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, de monseñor Carlos Talavera, de monseñor Sergio Méndez Arceo y de muchos más que, desde sus distintas sedes episcopales, no han tenido empacho en hacer ver los excesos que empresas, instituciones públicas y otros actores sociales, políticos o económicos cometen cuando tratan de hacer realidad sus objetivos.

Es una voz, desde luego, profundamente imbuida por los principios, por las intuiciones y por las advertencias de la doctrina social de la Iglesia contra acciones que ponen en peligro la dignidad y la vida misma de las personas.

En este sentido, el país entero tendría que verse en el espejo de Pasta de Conchos y no permitir que empresas abusivas actúen como lo ha hecho el Grupo Minera México, como lo han hecho los líderes del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros y Metalúrgicos, como también lo han hecho las autoridades de los gobiernos federal y estatal de Coahuila que, lejos de ser los garantes de los derechos de los trabajadores y sus familiares, han convalidado los abusos cometidos contra esas personas, así como el desdén con el que se ha menospreciado el justo reclamo de los familiares para que se les entreguen los cuerpos de quienes murieron en la tragedia.

Esto es así porque, como lo hace ver don Raúl Vera, al conocerse más detalles de lo que ocurrió en Pasta de Conchos, quedaría claro que se dejó morir a los mineros, que no se les prestó la ayuda necesaria y debida y que, en este sentido, sufrieron una muerte terrible, inhumana, profundamente injusta e indebida.

Sin embargo, más que leer mis palabras, es mejor escuchar lo que el propio Raúl Vera López, obispo de Saltillo, dijo a Javier Solórzano de Radio 13 (1290 del AM en el Distrito Federal), cuando fue entrevistado con motivo del tercer aniversario de la tragedia de Pasta de Conchos.

Usted puede escuchar la entrevista haciendo clic aquí.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

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