martes, 10 de marzo de 2009

Política y creencias

Este domingo 8 de marzo, El Universal de la Ciudad de México publicó en su edición impresa y en su sitio de internet una nota breve pero que describe, desde su propia brevedad, el estado lamentable en el que se encuentra la política en México y, de manera más general, la erosión que vive la política en México.

En el material, Erik Viveros, corresponsal de ese diario en Veracruz, da cuenta del frenesí de activismo de figuras de distintos partidos políticos mexicanos que, llegado marzo, corren a contratar los servicios de los brujos de la región de Los Tuxtlas en esa entidad:

De Santiago Tuxtla a Catemaco operan más de 80 hechiceros, chamanes y curanderos, quienes ofertan sus servicios a los turistas, políticos, artistas y personas de diferentes segmentos sociales.

Todos los visitantes demandan “trabajos” o “amarres” para salir avante en sus relaciones sentimentales, suerte para el dinero, los negocios y, muy en especial, la política.

“Hemos tenido asistencia de políticos..., de políticos fuertes..., de empresarios, artistas, cantantes gruperos principalmente, gente del norte, y por eso tenemos mucho trabajo”, explicó el hechicero.

Pero además, los brujos entrevistados por el reportero ofrecen una explicación acerca de las razones profundas del éxito de sus servicios entre el resto de la población que los visita:

"La adoración a la santa muerte prolifera entre los grupos de narcotraficantes y delincuentes; pero a últimas fechas, es mayor el número de personas comunes y corrientes que, ante las dificultades económicas, se acercan a ella.

Por ello, “vemos que proliferan sus altares a la santa muerte en gran parte de la República mexicana”, agregó el brujo mayor de Catemaco."

En este sentido, las intuiciones que ofrece el "brujo mayor" no tienen desperdicio alguno y dejar ver tanto la pequeñez de la política en México, como los efectos que tienen situaciones como las que se viven en la actualidad en nuestro país en los sistemas de creencias de las personas.

Que los políticos se acerquen año con año, al iniciar el mes de marzo a Los Tuxtlas, con la expectativa de lograr de esa manera, con los llamados "amarres," lo que no son capaces de lograr con un mínimo de congruencia con las ideologías de sus partidos y de capacidad para atender los problemas que enfrenta el país.

Que nuestros políticos recurran a este tipo de artificios (y pocas veces esa palabra se usa con mayor precisión que en casos como este, evidencia no sólo la pobreza de los procesos de modernización y laicización de la vida pública en México, sino también el hecho objetivo que la política en México es aún, en buena medida, un asunto de pasiones, de fortuna y, en los peores casos, una empresa marcada por las pasiones más bajas y no por el más elemental espíritu de servicio a los otros.

Si en Estados Unidos o en algunos países europeos las discusiones en torno al papel que la religión y las creencias religiosas o espirituales deben desempeñar en el ámbito de la vida pública y, como resultado de ello, es posible ver distintos acomodos que redefinen las siempre cambiantes fronteras entre la religión y la política, entre lo público y lo privado, lo que vemos en México es un remedo de esos debates y, más bien, encontramos a los políticos preocupados por ocultar sus propias debilidades en creencias dignas de niños, de menores de edad.

Lo que emerge, en cambio, es la imagen de políticos menores de edad, obsesionados con condenar a las creencias al ámbito de la vida privada, incapaces de expresar sus convicciones de manera pública y, sobre todo, incapaces de hacerse responsables de sus actos. Después de todo, la diferencia fundamental entre las creencias que promueven estos personajes y el cristianismo estriba no en el uso de símbolos, pues--fruto del sincretismo religioso--es posible encontrar algunos de esos símbolos en sus rituales.

Radica, ante todo, en la manera en que el hombre define su relación con el universo y/o con lo divino. Las creencias de quienes acuden a este tipo de actos, son creencias infantiles, de quien cree que es posible resolver los grandes problemas de la convivencia humana en sociedades como la nuestra, al comprar la voluntad de uno o varios intermediarios de la divinidad con ritos elaborados pero vaciados de sentido y, sobre todo, carentes de una ética clara.

El cristianismo, al menos en principio, apunta a desarrollar una relación madura y responsable entre la persona y el universo y/o lo divino. El Dios del cristianismo, Dios todopoderoso, no necesita de complejos ritos que garanticen el favor de intermediarios a quienes se puede comprar. Necesita, en cambio, de un compromiso consciente y constante en la lógica de la construcción de mejores relaciones entre las personas, como en el caso de la doctrina social de la Iglesia.

Como sea, es importante que la Iglesia (y eso nos incluye, desde luego, a los laicos) comprenda que la responsabilidad de madurar la comprensión de las relaciones entre los ámbitos de lo religioso y lo político nos corresponde fundamentalmente a nosotros, y que--por ello--asumir que corresponde a alguien más dentro de la Iglesia hacer patente esta distinción fundamental entre los distintos tipos de creencias y evidenciar las ventajas de la concepción que el cristianismo tiene por sobre otras.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

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