martes, 17 de marzo de 2009

Tormentas tradicionalistas III


La semana pasada, el papa Benedicto XVI ofreció, de la manera más insospechada posible, por medio de una carta, una cátedra a quienes, por una u otra razón, hemos seguido el curso de la tormenta generada por las declaraciones del obispo Richard Williamson, uno de los dirigentes de la Sociedad de San Pío X (SSPX), el grupo creado originalmente por Mons. Marcel Lefebvre y que, en los últimos 21 años ha existido en los márgenes de la Iglesia católica.

Benedicto XVI lo hizo al dar a conocer una carta dirigida a los obispos católicos del mundo, de la que se empezó a hablar desde mediados de la semana pasada y cuyo contenido fue, finalmente, hecho público el viernes trece de marzo. En la carta, el Papa desarrolla una muy inteligente y muy mesurada reflexión de las reacciones a su decisión de readmitir en la comunión con Roma y consigo mismo a los cuatro obispos ordenados de manera cismática por Lefebvre y De Castro Neves.

Así, la cátedra que Benedicto XVI ofreció fue en varias materias. Por una parte, fue una lección de humildad pues lisa y llanamente, sin darle vueltas al asunto, sin refugiarse en ningún eufemismo aceptó que hubieron errores en el manejo de la situación. Esta actitud de Benedicto contrasta de manera tajante con la de muchas figuras públicas que consideran que aceptar que ellos o su subordinados cometen errores es el más grave error de todos.

Lejos de ello, Bendicto XVI acepta simple y llanamente la necesidad de considerar la información, el conocimiento que existe en la Internet y aprovecharla para mejorar el desempeño de la Iglesia en su conjunto. No hay, en ese sentido, la tentación a caer en el recurso fácil de la descalificación de todo lo que tenga que ver con la Internet.

A contrapelo de lo que vemos en muchos otros ámbitos de la vida pública, en los que la primera reacción de las figuras públicas es la de acusar a los medios de irresponsabilidad o de conducir campañas en contra de sus personas o de las instituciones en que trabajan, Benedicto XVI evitó con elegancia y lucidez el recurso simplón de decirse víctima de una conspiración de los medios de comunicación (como lo hicieron los miembros de la SSPX y como lo hacen muchos obispos y políticos en distintas partes del mundo).

Benedicto XVI reconoció que la Internet cambió las reglas del juego no sólo para otros actores sociales y políticos, sino para la Iglesia misma y, en ese sentido, reconoció la necesidad de que la Iglesia misma se ajuste a las nuevas realidades:

Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta fuente de noticias.

En este sentido, lo primero que tendría que quedarnos claro a los católicos, más allá de la discusión con el tradicionalismo representado por la SSPX y su nostalgia de un pasado que sólo existe en las mentes de sus dirigentes, es que los medios son instrumentos y que en ese sentido, los resultados de nuestra interacción con ellos depende de todos los involucrados y no sólo de un centro único al que se le deba imputar toda la responsabilidad por los resultados.

A la lección de humildad de Benedicto XVI, se suma una lección de caridad, tanto para explicar su decisión de levantar la excomunión a los cuatro obispos ordenados por Marcel Lefebvre y Antonio de Castro Neves sin el mandato de la Santa Sede, como para llamar a las distintas partes involucradas en esta amarga discusión a poner por encima de sus intereses, el mandamiento de amor recibido de Jesucristo.

Benedicto XVI no duda en señalar, en este sentido, los excesos tanto de la SSPX y sus miembros, como los de quienes en un exceso de celo lo criticaron acremente por tender la mano a los obispos de ls SSPX y buscar poner fin a un conflicto que ha lastimado durante más de 20 años a la Iglesia, pues el conflicto entre Lefebvre y la Santa Sede arranca, en los hechos, a finales de los sesenta. En este sentido, el Papa resume de manera diáfana el estado del problema en torno a la SSPX y a los pasos que será necesario tomar, dentro de la Iglesia, en el futuro:

No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad. Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive.


El razonamiento de Benedicto XVI es de una consistencia demoledora. Quien quiera que siga con un mínimo de atención lo que él dice se sentirá sobrecogido no sólo por la consistencia de su razonamiento, sino también por su capacidad para encarnar en la vida diaria, en su realidad como cabeza visible de la Iglesia, el mandato de amor de Jesucristo:

Por tanto, si el compromiso laborioso por la fe, por la esperanza y el amor en el mundo es en estos momentos (y, de modos diversos, siempre) la auténtica prioridad para la Iglesia, entonces también forman parte de ella las reconciliaciones pequeñas y medianas. Que el humilde gesto de una mano tendida haya dado lugar a un revuelo tan grande, convirtiéndose precisamente así en lo contrario de una reconciliación, es un hecho del que debemos tomar nota. Pero ahora me pregunto: ¿Era y es realmente una equivocación, también en este caso, salir al encuentro del hermano que "tiene quejas contra ti" (cf. Mt 5,23s) y buscar la reconciliación? ¿Acaso la sociedad civil no debe intentar también prevenir las radicalizaciones y reintegrar a sus eventuales partidarios –en la medida de lo posible- en las grandes fuerzas que plasman la vida social, para evitar su segregación con todas sus consecuencias? ¿Puede ser totalmente desacertado el comprometerse en la disolución de las rigideces y restricciones, para dar espacio a lo que haya de positivo y recuperable para el conjunto? Yo mismo he visto en los años posteriores a 1988 cómo, mediante el regreso de comunidades separadas anteriormente de Roma, ha cambiado su clima interior; cómo el regreso a la gran y amplia Iglesia común ha hecho superar posiciones unilaterales y ablandado rigideces, de modo que luego han surgido fuerzas positivas para el conjunto. ¿Puede dejarnos totalmente indiferentes una comunidad en la cual hay 491 sacerdotes, 215 seminaristas, 6 seminarios, 88 escuelas, 2 institutos universitarios, 117 hermanos, 164 hermanas y millares de fieles? ¿Debemos realmente dejarlos tranquilamente ir a la deriva lejos de la Iglesia? Pienso por ejemplo en los 491 sacerdotes. No podemos conocer la trama de sus motivaciones. Sin embargo, creo que no se hubieran decidido por el sacerdocio si, junto a varios elementos distorsionados y enfermos, no existiera el amor por Cristo y la voluntad de anunciarlo y, con Él, al Dios vivo. ¿Podemos simplemente excluirlos, como representantes de un grupo marginal radical, de la búsqueda de la reconciliación y de la unidad? ¿Qué será de ellos luego?


Ojala que todos en la Iglesia tomemos lo que nos corresponde de esta lección magistral de Benedicto XVI y la aprovechemos para nuestro beneficio.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

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