lunes, 27 de octubre de 2008

La hermana Emmanuelle, tesoro desconocido en México


Este 20 de octubre, hace una semana justamente, falleció en Francia la hermana Emmanuelle, un personaje del que poco se sabe en México. Ella era una religiosa que había dedicado buena parte de su vida, falleció a los 99 años, a velar por las necesidades de niñas y niños pobres en las ciudades perdidas y los tugurios de Estambul, Turquía y El Cairo, Egipto.

En Francia, en Bélgica, donde ella nació en 1908 como Madeleine Cinquin, y en Egipto, la hermana Emmanuelle era considerada una celebridad: Gran Comandante (2002) y Gran Oficial (2008) de la Legión de Honor francesa (el más alto honor al que puede aspirar un ciudadano francés) y Gran Oficial (2005) de la Orden de la Corona, y ciudadana egipicia honoraria (1991) por el trabajo que realizó para hacer consciente a la más bien comodona sociedad europea de los efectos devastadores de la exclusión social en las ciudades europeas y en los países de la cuenca del Mediterráneo.

Su voz, a pesar de la fragilidad que le caracterizaba, fue suficiente para que Jacques Chirac reconociera en su campaña presidencial de 1995 la necesidad de hacerle frente al problema de la exclusión social en Francia.

Como en el caso de la madre Teresa de Calcuta, la madre Emmanuelle, se ganó a pulso esos reconocimientos y esa influencia en sociedades tan laicizadas como la francesa o tan musulmanas como la egipcia; hay que recordar aquí que algunos de los más radicales proponentes del Islam militante han encontrado refugio en las calles de El Cairo desde hace ya varias décadas.

No fue el resultado de concesiones graciosas de los políticos ni el resultado de negociaciones, públicas o privadas, entre los obispos franceses, belgas o egipcios y sus respectivos, gobiernos. Por el contrario, fue el producto de una centenaria experiencia de servicio constante a la Iglesia, a las sociedades en las que ella se encontraba y, de manera más general, al género humano.

La suya fue, además, como en el caso de Teresa de Calcuta, una voz particularmente molesta para quienes le apostaban al silencio o al olvido como estrategia para hacerle frente a los problemas de las naciones en las que prestó distintos tipos de servicios.

La madre Emmanuelle empezó su labor en el peor momento de la crisis financiera de finales de los veinte y principios de los treinta, profesó sus votos en 1931, dos años después del desplome de las bolsas del mundo en 1929, y a partir de ese momento y, prácticamente hasta su muerte, hizo de su vida un ejercicio didáctico constante.

Primero, como profesora en Estambul, donde las condiciones le hicieron contraer la tifoidea, lo que hizo que fuera enviada a Túnez, en aquel entonces una colonia francesa. Se mantuvo ahí hasta que ese país logró, luego de una sangrienta guerra, su independencia. El cambio no le sentó bien a la hermana, como a muchos otros franceses de su época que consideraban a Túnez y a Argelia como partes integrales del territorio francés, y quedó sumida en una profunda depresión de la que salió al regresar a estudiar Letras a la Sorbona en París.

De ahí, regresó brevemente a Estambul en 1959, y luego de breves encargos en distintos puntos del Mediterráneo, la hermana Emmanuelle llegó a Egipto en 1964, donde tuvo la oportunidad de enfrentar los efectos de la exclusión social, de la pobreza y la marginación y la manera en que estas realidades golpean más a las niñas y mujeres jóvenes egipcias.

No sólo eso, a partir de 1971--cuando formalmente le correspondía retirarse--y a pesar de una serie de trabas burocráticas y políticas, decide seguir el ejemplo de san Damián de Molokai (un misionero belga que se dedicó a atender a los leprosos de Hawaii en el siglo XIX) y opta por dedicarse a atender a los más pobres residentes de las ciudades perdidas de las afueras de El Cairo, muchos de los cuales sufren por los efectos de la lepra.

Como siempre sucede en estos casos, la obra de la hermana Emmanuelle no hubiera podido hacerse realidad si ella estuviera sola. A su lado estuvieron, ya desde principios de los setenta, obispos, sacerdotes y religiosas de la Iglesia ortodoxa copta, como la hermana Sarah Ayoub Ghattas, quien en ese entonces era la superior de la orden de las Hijas de María de Béni-Souef, así como el obispo local, Atanasios.

Ya para 1982, la obra social de la hermana Emmanuelle beneficia de una u otra manera a más de 23 mil personas, entre los más pobres de El Cairo. A pesar de su edad ya avanzada para ese entonces, ella continúa con su obra, que además crece hacia el sur, en Sudán, en las ciudades perdidas de Kartum.

El impacto de sus afanes es tal, ya hacia finales de los ochenta y principios de los noventa, que el gobierno de Hosni Mubarak reconoce en 1991 sus méritos y le concede la ciudadanía egipcia, como un reconocimiento a una labor que ya para entonces cumplía más de veinte años y que, además, había detonado una serie de iniciativas en distintos países de Europa.

En efecto, el ejemplo de la madre Emmanuelle fue ya desde finales de los setenta suficientemente poderoso como para que un buen número de personas en Francia, Bélgica, Suiza y otros países francófonos se organizaran y apoyaran las actividades que ella realizó en Egipto y Sudán.

Es el caso de la Asociación Suiza de Amigos de la Hermana Emmanuelle (ASASE), Los Amigos de la Hermana Emmanuelle (Bélgica) y la ASMAE-Asociación Hermana Emmanuelle (Francia). Cada una de estas agrupaciones seguramente servirán para preservar la obra de la hermana Emmanuelle y para garantizar que los empeños que la caracterizaron no sean en vano.

El valor de sus contribuciones fue reconocido incluso por los siempre veleidosos medios de comunicación franceses. Le Figaro, por ejemplo, publicó al día siguiente de su muerte un dossier dedicado a la religiosa franco-belga-egipcia, que está disponible en su edición en línea. Otros medios dedicaron distintos espacios a comentar tanto su muerte, como el alcance del trabajo realizado por ella.

No en balde, la venerable catedral de Notre Dame en París abrió sus puertas para recibir a miles de personas interesadas en participar de las exequias de la hermana Emmanuelle. Ahí estuvieron Nicolás Sarkozy y su esposa Carla Bruni, el presidente de Egipto, Hosni Mubarak, el expresidente Jacques Chirac, así como Jacques Delors, presidente de la Comisión Europea entre 1985 y 1995, uno de los arquitectos de la actual Unión Europea, así como religiosas de distintas órdenes que comparten los afanes que ocuparon la vida de la hermana Emmanuelle.

Un rasgo que no puede perderse de vista al considerar la vida y la obra de esta religiosa es el interés que puso en plasmar sus ideas por escrito al ser autora o coautora de un total de 17 libros.

Algo que no puedo evitar preguntarme al escribir estas líneas es ¿quiénes son las Teresa de Calcuta y las hermanas Emmanuelle de México y América Latina? Estoy seguro que hay miles de religiosas de las distintas órdenes que dedican su vida a ofrecer un testimonio que sería útil dar a conocer y apreciar en todo su valor.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

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