lunes, 20 de octubre de 2008

Violencia y tejido social en México

Esta semana, el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana invita, a sus amigos y al público interesado, a participar de una serie de reflexiones sobre la violencia que padecemos en el país y las consecuencias que este padecimiento tiene para la vida de todos nosotros.

He sido invitado junto con otras cinco personas a ofrecer algunas ideas acerca de la situación que vive el país y, de manera más particular, acerca de la vinculación que tiene esta violencia que a todos nos afecta con la descomposición del tejido social en México.

No podría estar más emocionado, pues aún cuando el tema está lejos de ser de mis favoritos—creo que hay muchas cosas mucho más interesantes que discutir y comentar que la violencia—también creo que es responsabilidad de todos nosotros hacernos conscientes de los vínculos profundos de esta crisis que vivimos por la violencia, con la más añeja y más dolorosa crisis que ha afectado a México desde hace cerca de 30 años, es decir, la crisis de la economía y los mercados nacionales.

Se trata de la crisis que ha hecho que repunten, a pesar de las ganancias observadas en otros ámbitos, los indicadores de la iniquidad en la distribución del ingreso entre todos los mexicanos.

Esa es, a mi modo de ver, la razón fundamental de los problemas que vemos en la actualidad. Es cierto, el país ha avanzado mucho en los 15 años en términos del combate a las formas más inhumanas de pobreza.

Es cierto, también que distintos programas sociales tanto del gobierno federal como de los gobiernos estatales y de algunos gobiernos municipales están orientados a resolver algunos de los problemas más graves que afecta el país, pero también tenemos que reconocer que, por ejemplo, en el caso del Índice de Desarrollo Humano, calculado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, el peso fundamental del índice (el 65 por ciento de su peso), depende del ingreso que las personas reciben, mientras que el resto se divide entre los componentes de salud y educación.

Y aún cuando no hay duda que hay distintos programas del gobierno federal y de los gobiernos estatales que objetivamente tienen un impacto directo en el ingreso de las personas, este impacto es limitado tanto en las cantidades que se entregan a los beneficiarios como en el número de personas que los reciben.

Tampoco puede negarse que hay otros impactos igualmente positivos en el ámbito de la educación y la salud, pero es un hecho también que esos logros impactan menos al desempeño del IDH, además de que la capacidad del gobierno federal para tener un impacto más directo en la variable ingreso es muy limitada.

Esto ocurre, por una parte, por las restricciones financieras que ahogan al estado ya desde mediados de los noventa, época en que se transfiere la deuda del Fondo Bancario de Protección al Ahorro y en la que se crearon, de igual modo, los Piridiregas, esos instrumentos engaños de deuda pública que han servido para financiar el funcionamiento de Pemex mientras se resuelve el problema más grave de la sobretasa de impuestos que la petrolera mexicana paga.

Por otra parte, y no podemos dejar de señalarlo, se ve limitada también por las limitaciones que el gobierno federal enfrenta para recaudar, especialmente entre los grupos de más altos ingresos de mexicanos.

Lo que ha terminado por ocurrir es que varias generaciones de jóvenes mexicanos egresan de los sistemas de educación, públicos y privados del país, para enfrentarse una situación brutal de subempleo sistemático, de inseguridad en los pocos empleos que se crean (después de todo se alientan las contrataciones por honorarios como esquema para eludir el pago de la seguridad social y otros impuestos.

No en balde, los estados más pobres de la República se han convertido también en algunos de los estados más violentos y que más efectivos aportan a las distintas fuerzas del narcotráfico, el secuestro y otras variedades del crimen organizado.

La situación es todavía más difícil porque la Iglesia no ha logrado reproducir con éxito modelos de formación de los fieles vigentes en otras épocas, como la Acción Católica, pero tampoco ha logrado darle forma a nuevos modelos de formación de los niños y los jóvenes católicos que permitan ofrecer ese superávit de confianza y esperanza que ofrece el catolicismo.

Por si fuera poco, la situación se agrava al considerar el fracaso del modelo educativo vigente en México, dominado por los intereses de un sindicalismo recalcitrante e irresponsable, que no duda en sumirse en una vorágine de mentiras y contradicciones para lavarle el rostro a una líder que recuerda cada día más a los viejos caciques de la política mexicana.

De estos y otros asuntos relacionados con la descomposición del tejido social y la violencia en México vamos a hablar este miércoles 22. Mañana martes 21 empieza el ciclo con la participación de don Lorenzo Servitje y el jueves 23 lo hará el padre Mario Ángel Flores.

Ojala nos veamos en la sede de IMDOSOC en Pedro Luís Ogazón 56, colonia Guadalupe Inn. Las participaciones inician a las 7 de la noche.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

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