miércoles, 12 de noviembre de 2008

Pío XII, Iglesia, memoria y responsabilidad


En fechas recientes, uno de los debates que ocurren en distintos medios de comunicación en Europa y Estados Unidos, es el de los reparos que algunos grupos dentro de las comunidades judías de Israel, Estados Unidos y Europa han expresado a la posibilidad de que la Iglesia canonice al papa Pío XII.

En distintos momentos durante la semana pasada, aparecieron fotografías de archivo de la época de Eugenio Pacelli, como secretario de Estado del Vaticano, al abandonar alguna oficina del gobierno nazi de Alemania. En las fotografías, un soldado nazi saluda con su arma al entonces cardenal Pacelli, lo que genera una imagen de falsa familiaridad entre la Iglesia representada por uno de sus más importantes jerarcas de la época, y un soldado—acaso de tropas de élite—de uno de los regímenes totalitarios más brutales de la historia.

El hecho que objetivamente la foto corresponde a un momento en el que El Vaticano logró un acuerdo con la Alemania nazi, expresado en el concordato de julio 20 de 1933, abre un frente más severo a las críticas contra Pío XII. Lo que no se observa, desde luego, si uno se fía demasiado de los criterios a partir de los cuales los medios construyen sus notas, es que aún cuando efectivamente El Vaticano signó el concordato, éste representaba una solución medianamente civilizada a un conflicto con el régimen nacionalsocialista, pero no le daba a la Iglesia católica ventaja alguna sobre otras confesiones cristianas arraigadas en Alemania, como el luteranismo o el calvinismo.

No sólo eso, ocurre luego de la promulgación, por Pío XI, de una muy severa condena del nacionalsocialismo, del diseño institucional que lo hizo posible, pero—sobre todo—de los principios filosóficos que lo animaban. La condena, presentada en alemán bajo del título de Con viva preocupación… (Mit brenender sörge), es un texto obligado para comprender el alcance de la crítica de la Iglesia, así como algunas de las decisiones tomadas por El Vaticano en su relación tanto con el régimen nacionalsocialista alemán, como con el régimen fascista italiano y con el régimen nacionalrevolucionario en México.

Es cierto, hay diferencias abismales entre el nacionalsocialismo y cualquiera de los otros dos regímenes mencionados, pero el hecho que Pío XI, movido en buena medida por los reportes que recibía de la diplomacia vaticana, encabezada por el entonces cardenal Pacelli, publicara encíclicas en alemán, italiano y español, para abordar problemas específicos, concretos, de las tres naciones en ese mismo periodo, es evidencia de la magnitud de la preocupación de los pontífices.

El problema, me parece, es que, además de que no existe una opinión única entre las comunidades judías, las críticas que formulan algunos de sus miembros, se dirigen a una figura en particular, en este caso Pío XII, antes y después de ser electo papa, como taquigrafía de una crítica que debería dirigirse, más bien, contra la Europa de los veinte y los treinta del siglo XX que de manera más bien pasiva atestiguó el ascenso político de Adolf Hitler sin las precauciones necesarias.

En el caso de la Iglesia católica, la crítica tendría que dirigirse más bien contra los laicos de la época que no supieron escuchar atentamente las críticas y advertencias lanzadas por Pío XI y por su secretario de Estado, Eugenio Pacelli. No sólo eso; tendrían que incluir a los fieles de otras denominaciones cristianas que también fueron testigos pasivos de los excesos del nacionalsocialismo, no sólo en Alemania, sino en Austria, Italia, Francia e incluso algunas regiones de Estados Unidos.

No sólo eso; creo, en este sentido, que la crítica tendría que incluir también a las propias comunidades judías de Alemania y de otras naciones de Europa central y oriental que, durante buena parte del siglo XIX y las primeras décadas del XX no dudaron en renunciar a su propia identidad como mecanismo para integrarse a la Prusia de Bismarck, al imperio austrohúngaro de los Habsburgo, e incluso a la Francia laicizante de finales del XIX con un entusiasmo digno de mejor causa.

Insistir en que el holocausto, la Shoa, fue sólo o preponderantemente la responsabilidad de líderes políticos y religiosos, dispuestos—en mayor o menor medida—a criticar o no los excesos del nacionalsocialismo, es perder de vista las condiciones mismas de la aparición del nazismo como fenómeno.

Pero además, en el caso concreto de Pío XII, quienes insisten en responsabilizarlo por"no haber hecho suficiente," pierden de vista el problema de las limitaciones objetivas que él enfrentó tanto en su gestión como secretario de Estado de la Santa Sede, como Eugenio Pacelli, como las que enfrentó como romano pontífice.

En ambos casos, lo que han demostrado distintas investigaciones hechas en los archivos de la Santa Sede, del Departamento de Estado de Estados Unidos y de otros gobiernos, es que él, ni como secretario de Estado, ni como Papa, tuvo empacho en criticar a Adolf Hitler, ni lo tuvo tampoco para criticar y condenar las actitudes de los nazis.

Por ejemplo, el 28 de abril de 1935, el entonces Cardenal Pacelli, pronunció en el Santuario de Lourdes en Francia, un mensaje ante cerca de 250 mil personas, en el que señaló, de manera inequívoca, que los nazis eran...

...en realidad sólo miserables plagiarios quienes adornan viejos errores con nuevos ropajes. No importa si apoyan las ideas de la revolución social, si se guían por un falso concepto del mundo y de la vida, o si están poseídos por las supersticiones de la raza y el culto a la sangre.

La cuestión no es sólo académica, ni tiene que ver sólo con el destino que pudiera tener o no la causa de canonización de Pío XII, sino que nos compete a los católicos ahora mismo, pues—como en tiempos de Pío XI y Eugenio Pacelli—ahora muchos jerarcas, incluido el papa Benedicto XVI, alzan su voz contra los excesos que se cometen ahora mismo contra distintos grupos, sin que haya la respuesta inteligente, articulada y seria de los católicos.

En este sentido, es necesario reconocer que Pío XII supo dar, en el momento en que era necesario, el testimonio que se esperaba de él como cardenal o como sucesor de Pedro y que quienes no estuvieron a la altura de las circunstancias, incluso en México, fueron los laicos de la época.

Las opiniones vertidas en Atrio son de la exclusiva responsabilidad de su autor y no reflejan ni buscan reflejar los puntos de vista del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, sus socios y directivos, ni de las instituciones vinculadas con el IMDOSOC.

No hay comentarios: